Rodando una
tarde de sábado la extendida cuadrícula urbana de un Chicago estival, con una
invitada especial a bordo, el minisuv avanzaba hacia un nuevo restaurante
colombiano descubierto. Nuevo para nosotros, debo añadir, que lo más probable
es que tenga ya sus buenos abriles de estar ahí.
Ella, la
invitada, es doña Julia, excelente ser humano donde los haya, pero quien me
dará mucho que hablar en las próximas líneas y en los próximos años, dadas sus
tremendas contradicciones y su inagotable emanación de material para escépticos
roedores.
La conversación ligera avanza con la sucesión
de semáforos, hasta que algo en la siguiente esquina capta la atención del ojo
y despereza los cerebros. Una pancarta con grandes letras y cuatro camisetas
amarillas sacan de lo común el cruce aquel, y aunque no sabemos aún de qué se
trata, nuestra conversación ahora es silencio. Un pick-up de esos de tamaño
inverosímil se ha detenido en la mencionada esquina y las cuatro banderas de
algodón sudado vuelan a la ventanilla; bajar de cabezas, cerrar de ojos, una
mano al vehículo y la otra al espacio como si de una antena parabólica que
canaliza mensajes se tratara. Al pasar a la par pudimos ver al conductor en la
exacta misma posición y alcanzamos por fin a leer el rótulo: “PRAYER
STATION - NEED PRAYER? – STOP HERE”
(Estación de Oraciones – Necesita que oremos por usted? – Pare aquí).
“Ayyyy …
qué lindo!” – Doña Julia musitó las exactas palabras que yo habría apostado
ella diría.
Y es que
doña Julia es una cristiana evangélica a ultranza. Si vas a conversar con ella,
debes estar preparado para que Dios, Cristo y el Espíritu Santo vengan
mencionados a cada momento, aunque el tema sea “sopa de frijoles”. Las
inconscientes expresiones idiomáticas que se nos escapan a los demás en modo
rutinario, en su boca se vuelven verdaderas exultaciones de fe y piedad.
Cuando está
comentando un hecho afortunado, por más pequeño y trivial que sea, doña Julia
es capaz de ver a Dios moviendo un dedo y cambiando la realidad para
complacerle; así mismo, los hechos desafortunados son pruebas de fe que el
creador le está poniendo en el camino. De modo que no hay manera que Dios falle
las facilísimas evaluaciones a las que constantemente doña Julia le somete; si
cumple, saca 10; si no cumple, saca 10 y si tarda en cumplir también saca 10.
Para Dios obtener la medalla de excelencia en la continua evaluación que doña
Julia le impone, es alcanzable con simplemente no hacer nada. Como lo
pondría Mel Brooks: “It´s good to be God”.
Doña Julia
asiste a su iglesia los domingos por la mañana y los miércoles por la noche. Paga
su diezmo, se sienta en primera fila y levanta en éxtasis los brazos a la hora
de las alabanzas y las oraciones como lo ha hecho durante más de medio siglo. Carga
su biblia con orgullo al ir y regresar de su iglesia, pero vaya cosa curiosa,
nunca ha leído un capítulo completo del mismo libro. Como la mayoría de sus
“hermanos en Cristo” cree que ese amasijo de páginas sagradas que pasea de un
lado a otro, está lleno de mensajes de amor y normas morales; no tiene idea del
guerrerismo, violencia, intolerancia, racismo, crueldad, misoginia,
contradicciones y absurdos que plagan su “libro bueno”. Cree que el mensaje de
su pastor es una interpretación resumida pero fidedigna de “la palabra”. Eso
sí, tiene su librera llena de volúmenes que sí ha leído, con títulos tales como
“Vuélvase un Guerrero de la Oración”, “Lo que Dios Quiere de Nosotros”, “El
Aposento Alto”, “Cómo Hablar con Dios”, “Mi Viaje Espiritual” y así por el
estilo. Compra y lee ávidamente estos libros que hablan sobre la biblia, pero
no lee nunca la misma biblia. Doña Julia no sabe quiénes eran los fariseos o los
saduceos, ni qué profesaban, ni porqué tenían conflicto con Jesús de Nazareth;
no sabe exactamente qué fue el imperio romano y qué tuvo que ver en la muerte
de su redentor y en la posterior expansión de su religión; nunca oyó hablar del
emperador Constantino ni del Concilio de Nicea. Doña Julia, como millones de
sus hermanos no necesita saber esas cosas; lo único que le basta “saber” es que
Cristo se sacrificó por sus pecados para así darle la salvación, y nunca se le
ha ocurrido revisar la lógica del asunto.
¿Pero cómo
sé todas estas cosas de doña Julia? Bueno, porque soy tal vez la única persona
que le reta sus creencias – muy probablemente soy el único que lo haya hecho en
toda su vida- y eso me ha dado oportunidad de escarbar un poco esa mente.
Conozco tanto a doña Julia también por el ineludible hecho que ella es …. mi
suegra.
- QUE???!!!
– Fue mi respuesta cuando pasamos al lado de los rezadores de la calle y ante
el “qué lindo!” de doña Julia.
- ¿Pero
cómo es que ellos tienen más poder que cualquier otra persona? ¿Porqué alguien
en dificultades necesita acudir a los cuatro intermediarios de la esquina? ¿Es
que acaso tienen línea directa o banda ancha al cielo? ¿Quién les otorgó ese
poder?– continué.
- No,
ellos no tienen nada de especial – explicó mi suegra – pero es que mientras más
gente esté en oración por algo, más fuerza tiene esa oración.
Inmediatamente
recordé haberle visto en el pasado, al momento de enterarse que alguien está
pasando por dificultades (de salud, financieras, familiares o lo que sea),
sacar su celular y comenzar a llamar a sus amigas y al pastor mismo para que “pongan
en oración el asunto”. También he presenciado cuando otra “hermana” le llama
para que entre al equipo de oradores para otra específica petición. Doña Julia
forma parte de una red de oradores que unen fuerzas para tratar que Dios cambie
su “plan” y decida modificar el universo de conformidad.
Y por
supuesto que también recordé las cadenas de oración y el conglomerar creyentes
en estadios con los mismos u otros propósitos, y de los que me entero a través
de los medios.
- Oh,
entonces no es más que una cuestión de números – respondí – A Dios lo que le
importa no es qué tan humanitario o justo es el aliviar el sufrimiento de sus
criaturas, sino cuántas docenas de personas le están solicitando intervención.
Y visualicé
la imagen caricaturesca que doña Julia y sus correligionarios proyectan sobre
el asunto.
- Ya
me imagino a Dios levantándose en la mañana y entrando a una sala de control
donde tiene una pared llena de orómetros – expresé.
Se me
ocurrió de momento eso de los orómetros, como simples medidores al estilo de
galvanómetros (sensores analógicos de corriente) con una aguja que se desplaza
sobre una escala de “personas en oración”,
desde cero hasta una zona roja que señala el número mínimo que Dios le
ha asignado al milagrito en cuestión, para conceder su cumplimiento. Cada
asunto puesto en oración tiene su orómetro, y a Dios le basta revisar cuánto
marca cada uno de ellos para tomar su decisión:
- “Veamos….
por la enfermedad de doña Panchita,… no, aún le faltan 8 personas más en
oración”
- “Por el
negocio de don Eustaquio .… bien, ya alcanzó las 20 personas requeridas …
concedido!”
- “Por el
examen de matemáticas de Juanito …. no, todavía no alcanza …. un momento, el
pastor de la iglesia está sumándose en este instante, y ese vale por 10 puntos
… oh! Concedido!”
- “Qué veo!
Un náufrago solitario en mitad del océano pacífico me pide por su vida… qué
pena, el requisito es 5, pero él sólo es uno… qué pena!”
En el otro vestidor está pasando exactamente lo mismo. Solución: un orómetro diferencial. |
Se me
ocurrió que hay un tipo especial de orómetro para atender las peticiones
mutuamente excluyentes cómo las guerras, las batallas y los encuentros
deportivos. Cada bando pide la victoria para sí y la derrota para el contrario.
En este caso la posición inicial de la aguja es en el medio de la escala y hay
un bando a cada lado; la decisión entonces la toma Dios con base a qué lado empuja
más la agujita. Los países, ejércitos y equipos deberían de olvidarse del
entrenamiento y dedicar más esfuerzos en reclutar buenos y numerosos rezadores.
-“Pero qué
tenemos aquí! Los Broncos de Denver se enfrentan a los Bears de Chicago, igual
número de oraciones por cada lado. Ah pero los Broncos tienen a mi quarterback
favorito ( Tim Tebow)… decreto victoria para los Broncos! … El porqué no podrán
contra los Patriots quedará como un ejemplo de que yo actúo en modos
misteriosos.”
Dios asigna
orómetros a cualquier tipo de enfermedad con la seguridad que toda recuperación
le será atribuida a su actuación misericordiosa. Pero por alguna razón Dios no
dispone de orómetros para el caso de las amputaciones. No importa que sea la
mismísma doña Julia, el pastor o los candidatos republicanos a la presidencia,
acompañados de los siete billones de personas que habitan el globo, quienes se
sumen a una jornada de oración por el recrecimiento de un miembro amputado. No
hay nada que hacer, Dios no sana miembros amputados.
Ya
estábamos en el restaurante y le hice ver a doña Julia que la caricatura que
acababa yo de pintar, no era más que un “reductio ad absurdum” que me permite
desnudar las falacias y superstición tras este concepto monetizado de la
oración. Que únicamente lo hago para empujar la conversación hacia el grano y
escuchar la argumentación por un dios merlinesco y comerciante
de milagros a cambio de oraciones. Doña Julia me expresó que estoy
completamente equivocado en mi caricatura, pero no me supo explicar cómo es en
realidad el sistema. No supo explicar el porqué recluta oradores ante una
necesidad, o el porqué le otorga más peso a una oración del pastor o de la
“hermana” Gregoria, quien dice hablar todas las noches de viva voz con Jehová. Doña
Julia no me explicó por qué le valió más al conductor del pick up parar en la
“prayer station”, que ir a su casa y encerrarse en su cuarto a dirigir su
sincera oración, como debería hacer según Mateo 6:5-6.
"Concedido!... Denegado! ... Concedido! ... Denegado! .... Vamos, más fe y oraciones!" |
Acepto que la oración realizada como ejercicio de introspección privada y personal, al igual que la meditación tántrica o el simple reposo en pacíficas aguas de pensamiento, puede ser terapéutico y beneficioso. Pero eso es muy distinto a este otro tipo de oración extrovertida y tribal, instrumento efectivo de autosometimiento a la dominación social que las iglesias de toda orientación ejercen. Este es el policía al interior de cada individuo, que ni siquiera la dictadura más orwelliana ha logrado implantar para supervisar y reafirmar la pureza ideológica (bueno Corea del Norte ha andado bastante cerca).
Una
creencia en solitario no tiene muchas probabilidades de subsistir, pero cuando
hay apoyo de grupo, la cosa cambia. Sería maravilloso que algo como “La Fuerza”
existiera en realidad afuera de la imaginación de George Lucas, y tener la convicción que sólo es cuestión de
entrenamiento para que los sables laser vuelen hacia mis manos. Si estoy
completamente solo en ese retorcida cognitiva, el enanito de la razón gritará y
se devanará en mi interior hasta que le preste atención o me den tratamiento
psiquátrico. Pero si mi delusión de maestro Jedi es compartida por docenas, por
miles o millones de otras personas, el sesgo confirmativo grupal y el
intercambio de anécdotas insoportadas hará que todos reforcemos nuestra
creencia y sepultemos la tenue voz racional al interior de cada conciencia.
Podremos entonces comenzar a odiar a los no creyentes y acusarles de trabajar
para el “lado oscuro de La Fuerza”. La única diferencia que existe entre locura
y religión es el número de sus adherentes.
Tuve que repetirle que no pretendo haber
encontrado la verdad; sigo buscándola, y por eso soy escéptico. Cuando discuto
estos temas con doña Julia o cualquier otra persona religiosa, no lo hago
con el fin de incomodar, lo hago porque en realidad estoy interesado. Vamos! si
existe un Dios que, a pesar de ser omnipotente y omnisciente, le importan mis
anhelos, pero necesita de mis oraciones para darse cuenta de ellos y de mis alabanzas
para ser feliz, yo estoy interesado en conocer de ese ser para comenzar a darle
con fervor lo que pide (y hacerle unas preguntas al respecto). Pero antes
necesito que me expliquen y justifiquen ese asunto. A eso quiero llegar cada
vez que molesto y discuto. Por eso acepto contento cuando me invitan a
“estudios bíblicos” y asisto hasta que ya no me soportan. Pero hasta ahora, las
únicas respuestas que recibo de los creyentes es “eso es cuestión de fe” o “eso
se siente en el corazón”. Y concluyo entonces que no tienen una buena razón
para creer, solamente deseos de creer.
La plática
debe haber estado tan animada que no recuerdo si lo que comí fue Sancocho o
Bandeja Paisa. Al final, como solemos hacer, suavizamos la discusión con un
poco de humor y con mi usual “perdóneme suegra, sólo hago esto porque estoy en
busca de la verdad”. Y ella cerró definitivamente la discusión con un “voy a
seguir orando por ti, para que encuentres esa verdad que yo ya encontré sin
buscar”, convencida de mi arrogancia y su humildad (vaya ironía).
No pude ya
el resto de la tarde dejar de pensar en los Orómetros Celestiales… ni en el
flan de guayaba y queso.