Sócrates metiendo en tremendo dilema a Eutifrón |
“Si no existe
un sistema de juicio y compensación después de la muerte, entonces ¿qué nos
detiene para empezar a robar, matar, engañar, abusar, etc?”
Esa es una
pregunta, probablemente retórica, que alguien a quien conozco desde hace tiempo
me lanzó uno de estos días. Esa es una pregunta a la que conozco también
desde hace mucho tiempo. A veces se formula en términos más teísticos: “Si yo
me enterara que Dios no existe, entonces yo estaría todo el día matando,
robando, violando y abusando a los demás”.
Y como
prometida fue una respuesta on line,
entusiasta es el cumplimiento ante un supuesto “conundrum” que muy
frecuentemente se nos lanza a los no creyentes.
Comienzo
por decir que la interrogante es una frivolidad en el mejor de los casos, y una
perversión en el peor. Estamos ante uno de esos asuntos en los que existe una
generalizada aceptación de un espejismo, que se mantiene allí entre nuestras
percepciones, más por déficit de escrutinio que por validez.
La frase es
una aceptación, es una confesión, de que se es intrínsecamente inmoral y que el
único arnés que nos impide dedicarnos a esparcir sufrimiento y abuso a otros
seres, es el temor a un castigo o la ambición de un premio. ¿En serio?¿de
verdad eso es lo que creen?!! El ser humano sería la peor especie que jamás
haya aparecido sobre la faz de planeta alguno si eso fuera cierto. Yo quisiera
creer que la mayoría de personas que esgrimen o dan este argumento como válido,
lo hacen porque no le han puesto mucho pensamiento al mismo. Yo no creo que mi
vecino me perdone la vida cada día sólo porque le tiene miedo a un castigo.
Tampoco creo que la gente que ayuda a otros seres humanos lo haga a cambio de
un pase al paraíso, si bien yo me sospecho que hay más generosos obligados que criminales
restringidos.
Yo no creo
que mi amiga me esté diciendo la verdad. Le conozco y he presenciado el aflore
genuino de su compasión ante el sufrimiento ajeno y la espontánea ternura ante
niños y cachorros (por traer un ejemplo). Le he visto conmoverse ante el
infortunio ajeno e indignarse ante las injusticias.
- Mira, ahí dice "no matarás" - Y nosotros creíamos que esa era una buena idea! |
Pero
entonces ¿por qué la gente cree que somos sólo individuos y sociedades
desprovistos de capacidad de evaluación moral, y por tanto sumamente
necesitados de que dicha moral nos sea dictada desde arriba por un ser o
sistema superior, bajo una explícita amenaza?
Pues me aventuro a pensar que son las
religiones y sus efectivos métodos de lavado temprano de cerebro, las que así
nos han enseñado a creer. La religión y su vieja estrategia: hacerte creer que
eres un ser naturalmente malévolo, destinado al castigo eterno, pero que ellos
y sólo ellos te pueden curar y salvar, a cambio de una módica cuota pecuniaria
(que es lo de menos) y de una completa sumisión e hipoteca de tu
intelecto (que es lo de más).
Además de que ser criminal no está en la naturaleza de la mayoría de seres humanos y es más bien una desviación patológica, existen poderosas razones completamente
pragmáticas y seculares por las que los seres humanos preferimos la solidaridad
y cooperación sobre la agresión y el conflicto. Nadie querrá vivir en una
sociedad donde cada quién puede matar o robar impunemente, porque la
oportunidad de ser víctima llegará más rápido que la de ser victimario. El
resultado lógico y matemático de un sistema así es un solo superasesino
sobreviviente, el cual morirá también devorado por una bestia, atacado por una
enfermedad o con una pierna rota sin que haya nadie que le ayude en su
desgracia.
Las sociedades primitivas deben haber tenido
bien claro que con la cooperación, solidaridad y confianza mutua, todos ganaban.
Si existió algún clan o tribu que por alguna razón cayó en una vorágine de
violencia autodestructiva, ese grupo de personas desapareció sin dejar descendencia,
por las razones apuntadas. Las tribus que sobrevivieron y transmitieron su
genética, fueron precisamente aquellas que desarrollaron la cooperación
necesaria para cazar animales físicamente superiores, para construir
edificaciones, para cultivar la tierra. Sobrevivieron sólo aquellas sociedades
que entendieron el valor de los ancianos como transmisores del conocimiento
acumulado, y de los niños como la única oportunidad para dar continuidad al
“cosmos” de cada tribu. Los clanes deben haber entendido el gran negocio
existente en la cooperación.
Y resulta hasta incorrecto pensar que este
proceso de incorporación de la cooperación como valor social es un fenómeno
desarrollado por el homo sapiens. Basta mirar las especies gregarias,
particularmente las más cercanas al linaje humano. Bonobos y chimpancés viven en
sociedades altamente organizadas alrededor de la ayuda mutua, los primeros más
dedicados al placer y los segundos un tanto más conflictivos, pero aún así con
una dinámica social que en general favorece la subsistencia de la “tribu”, sin
necesidad que una entidad superior les escriba en piedra la prohibición de
matarse entre sí.
Seguramente
hemos llegado al presente como especie, gracias a que fuimos desarrollando
atributos que resultaron ser ventajosos para prosperar sobre la faz de la
Tierra. Así como el bipedalismo libró nuestras manos y desarrolló nuestra
inteligencia, el saber cooperar con nuestros semejantes fue también un elemento
clave del éxito. Aquí es importante señalar un interesante detalle: ese tipo de
cooperación y sentimientos de amor, lealtad y pertenencia siempre fueron un
movimiento hacia dentro de cada grupo. Las tribus externas no fueron objetos de
ese “amor al prójimo”. El exterminio y sometimiento de grupos externos siempre
fue una característica del proceder tribal más primitivo y lo continuó siendo
durante toda la historia mientras las tribus se convertían en ciudades estado,
regiones y ahora han llegado a ser países. Puedes sentir ese tribalismo moderno
cuando se te exige una visa para poner los pies en un territorio que no es el
de la “tribu” en que naciste.
Al nacer la
cultura en medio de las sociedades humanas, apareció también la estructura del
poder y con ella la estructura religiosa como elementos cohesivos y coercitivos
sociales. En un paso completamente justificado y hasta necesario hacia la
civilización, las naturales tendencias hacia la cooperación y solidaridad entre
seres que se necesitan, fueron transformadas en reglas, leyes, mandatos y
mandamientos divinos, por el poder político y el poder religioso, usualmente
bajo la amenaza de severos castigos. La reglamentación es justificada y necesaria
debido a que siempre nacerán psicópatas y desviados a los que toda sociedad
necesitará controlar.
Pero el
tribalismo también encontró el modo de traducirse en mandatos de lealtad y
compromiso de sacrificio hacia el rey, para protegerse de las tribus vecinas y
también para atacar a esas tribus vecinas. El derecho civil y divino de cometer
genocidio contra otros, despojarles de sus pertenencias y someterles a esclavitud
fue ampliamente cohonestado por la ley y la religión – léase la Ilíada como ejemplo griego, o el
Exodo, Números, Deuteronomio, Josué, como ejemplo hebreo. De pronto tenemos dioses
que a la par de prohibir matar y robar, también ordenan el genocidio y saqueo de
ciudades como Jericó, donde los bendecidos guerreros son enviados a no perdonar
la vida tan siquiera de bebés y a tomar a las niñas como esclavas de por vida
(lo que incluye violación permanente).
Creemos que
nos comportamos bien porque así se nos ha ordenado desde “arriba”. Creemos que
de ese “arriba” sólo puede venir lo moralmente correcto, sin percatarnos que de
esa misma fuente (que no es ningún “arriba” sino la colección de mitos de
sociedades patriarcales del pasado) provienen los mandatos más inmorales que se
hayan puesto por escrito. No nos damos cuenta que cuando reconocemos los
lunares feos en los libros sagrados, hacemos excusas por ellos (“es que esos
eran otros tiempos!”) y corremos a señalar las partes verdaderamente piadosas,
lo que estamos haciendo es aplicar nuestra moralidad, obtenida en cualquier
otro lugar, sobre el texto sagrado mismo.
¿Dónde está
en realidad la base de nuestra moralidad?
Esa es una
pregunta que ni por cerca me estoy inventando en este momento. Ya en el diálogo
de Platón, titulado “Eutifrón”, Sócrates
le pregunta al personaje con ese nombre: “¿es el pío amado por los dioses
porque es pío; o es pío porque es amado por los dioses?”. En otras palabras:
“¿lo que es moralmente bueno es mandado por los dioses porque es moralmente
bueno; o es moralmente bueno porque es mandado por los dioses?”. En otras
palabras aún más
sencillas: “¿es Dios un simple administrador de
la moral, que proviene de una instancia por encima e independientemente de él;
o es un dictador de la moral con la facultad de inventársela a capricho?”.
Cuando
pensamos que estamos desprovistos de brújula moral, y por tanto ésta debe dictársenos desde arriba, estamos ni
más ni menos ante el Dilema de Eutifrón con todo y su real dicotomía. En la
primera vertiente del dilema Dios ordena “no matar” y “no robar” porque esos
son principios morales que se encuentran sobre sí mismo y son independientes de
su propia conciencia o existencia, de modo que Dios elige ser moralmente
correcto ordenando cosas moralmente correctas, o puede elegir ser inmoral. En la
segundad vertiente, cualquier cosa que ordene Dios debe ser moral porqué él así
lo ordena arbitrariamente. Dios pudo elegir ordenar “mataos y robaos los unos a
los otros”, y eso sería completamente moral por definición; cualquiera que
mostrase compasión sería una persona inmoral.
El pastor
de la iglesia de mi esposa se colgó de este segundo cuerno del dilema de
Eutifrón, cuando una noche de estudio bíblico le lancé a quemarropa lo
siguiente: “Imagina que eres un polaco no judío en plena segunda guerra
mundial. En el sótano de la casa vecina se esconde una familia judía y tú lo
sabes. Una tarde tocan a tu puerta, abres y es la Schutztaffel (SS) con un
escuadrón de sturmtruppen, preguntándote si conoces de algún judío que pueda estar escondiéndose
en las inmediaciones. ¿decidirías mentir para proteger la vida de los
desafortunados judíos, o preferirías faltar al octavo mandamiento de “no
mentirás”?”
¿Qué creen
ustedes que el pastor me respondió? (se aceptan apuestas).
El flamante
pastor que semana a semana se para delante de su rebaño a dar lecciones de
moral le respondería al comandante nazi: “señor, en el sótano de esa casa de
enfrente se esconde una familia judía ”, porque eso es lo que manda Dios y eso
es lo que le agradaría que hicieramos. Menos mal que algunos cuantos miles de
vidas fueron salvadas en esa y otras guerras, gracias a que hubo gente con una
brújula moral muy superior a la del pastor que le da lecciones a mis hijos. A
eso yo le llamo la Teología de la Idiotización, y la dejo como carnosa comida
para un futuro post.
Yo por
supuesto que me cuelgo del primer cuerno del Dilema de Eutifrón. Existe una
moralidad objetiva, existen principios universales de lo que es correcto,
independiente de la existencia de dioses o no. Y tengo que clarificar que en
ningún momento estoy hablando de conceptos tan culturales y relativos como la “moralidad”
sexual, puesto que es absurdo elevar a la categoría de moralidad lo que
pertenece al campo de la biología y la psicología. Hablo de la moralidad que
tiene que ver con no causar sufrimiento innecesario a otros seres, con
respetarles el derecho a la vida, el derecho al producto de sus esfuerzos, el
derecho a la libertad, a no ser abusado. Esos son conceptos de moralidad universal,
que no están sujetos a interpretaciones culturales. Matar y robar debe también
ser inmoral en una galaxia a 13 mil millones de años luz, puedes apostarlo.
Por tanto,
no querida amiga, tu no saldrías a la calle a matar y a robar el día que sepas
que no hay “premios y castigos”, que no hay celestiales tribunales impartidores
de justicia. Este servidor y cientos de millones de no creyentes en el mundo
estamos casi ausentes de las estadísticas de criminalidad. Cuando percibes esta
vida como la única franja de conciencia que el universo te otorga, ella se
vuelve demasiado valiosa como para gastarla en conflictos y odio; más vale
entonces hacer de esta joya (la vida) lo más agradable posible, para ti y los
demás.