Yo no moriría nunca por mis creencias porque puedo estar equivocado

- Bertrand Russell

miércoles, 7 de diciembre de 2011

La Apuesta de Pascal. O cómo jugar una ruleta de dos casillas.

 
Blaise Pascal. Gran matemático y filósofo del siglo XVII
Habrá sido hace unos 10 años. Ella era mi novia; o tal vez no. Quizás nunca lo fue. Fue una de esas extrañas relaciones en las que nunca sabes si estás parado más aquí o más allá de esa sutil línea que es el derecho de agarrar mano y compartir aliento. Todo inició con miradas furtivas en el elevador de la gran empresa donde trabajábamos. Me coqueteó tras sus pestañas; le respondí con mi mejor sonrisa tras mi corbata y mi soltería. Un par de salidas al café y otro par al cine, y las conversaciones se fueron abriendo paso entre los velos externos de cada personalidad. Luego de mil temas conversados:

-    ¿Católico o Evangélico? – Preguntó ella, en un país dividido 65%-35% sobre esa dicotomía.

-        Ni uno ni otro – Respondí yo.

-        Pero … creés en Dios ¿no? – Ella de nuevo buscando el punto en común, en un país donde esa pregunta raramente recibe como respuesta un “no”.

-         Pues … francamente … NO! – Decidí responder con sinceridad en el tiempo que esos puntos suspensivos duraron. Pensé que era mejor que ella supiera desde un inicio todo sobre mis convicciones o falta de ellas, en un país donde de todos modos la posición religiosa de las personas es algo bastante secundario.

-         ¡No te creo! – Se mostró sorprendida pero sonriente, tal vez imaginando que había encontrado una nueva mina de conversaciones y la posibilidad de conducirme con éxito por un Camino de Damasco  lleno de romance.

Y comenzó a darme un par de razones, de fácil contrargumentación, por las que yo debería cambiar de parecer. Pero, tal como dije, el asunto es bastante secundario en ese país y pronto llegaron nuevas olas de charla sobre temas más ligeros.

Días después, cuando la relación languidecía por razones completamente ajenas a la afiliación religiosa, recibí un curioso e-mail de entre los muchos que ella me enviaba. Era una presentación de Power Point, de esas que no sabes quien hace y se distribuyen viralmente por el correo electrónico (en esos tiempos pre-facebook). La presentación en sí desarrollaba un argumento apologético creado por un personaje a quien yo conocía por ser uno de los más grandes matemáticos de la historia. Un genio de la Teoría Probabilística, de la Matemática, de la Hidrodinámica e Hidrostática y en honor a quien se nombró a las unidades de presión en el Sistema Internacional y a uno de los mejores lenguajes de programación que haya existido. Hablo del gran Blaise Pascal, a quien le conocí sus fórmulas durante mis estudios de ingeniería, pero a quien no concebía como apologista.

Como ya tenía experiencia recibiendo ese tipo de correo en los que falsamente colocan en labios de hasta el mismísimo Albert Einstein, frases que lo hacen parecer como un creyente (y no lo era), con la intención de subirse a lomos de su prestigio intelectual, me lancé a la búsqueda on-line sobre Pascal y sus trabajos extracientíficos. Y encontré que esta apología sí era auténtica.

El argumento en cuestión, que es universalmente conocido (después averigüé) como La Apuesta de Pascal, me sorprendió por ser el primero (que yo encontraba) que usara estricto razonamiento probabilístico-matemático a favor de la creencia en Dios. Así es. No era otra de las trilladas y difusas  apelaciones a la emoción que sólo funcionan con los que ya creen, como “sentirlo en tu corazón” o “porque él es amor”. Tampoco era un pirueta de lógica como “mira las flores y los pajaritos … por tanto: Dios”. Esta vez el argumento no era una flecha al corazón, sino al cerebro.

La Apuesta de Pascal dice que te conviene creer en Dios, aún cuando la probabilidad de su existencia sea muy baja, porque la penalidad por no creer, es decir ir al infierno a ser torturado para siempre, es tan indeseable que es mejor apostarle a creer.

En boca del mismo Pascal: Si Dios no existe, entonces no ganas ni pierdes nada con ser creyente. En tal caso, sea que creas o no, tú solo mueres y ese es tu fin. Pero si escoges creer en Dios y estás en lo correcto, entonces el premio es infinito: Dicha eterna en el Cielo!. Ahora bien, si escogiste no creer y estás equivocado, entonces sufrirás tormento infinito en el infierno.

En resumen:
 
TABLA DE RESULTADOS
CREES EN DIOS
NO CREES EN DIOS
DIOS EN REALIDAD NO EXISTE
0 (no pasa nada)
0 (no pasa nada)
DIOS EN REALIDAD SI EXISTE
Positivo Infinito (Cielo)
Negativo Infinito (Infierno)

Según Pascal, puesto que las probabilidades de existencia de Dios son desconocidas, pero el esquema de premio/castigo es infinitamente a favor de creer en Dios, te conviene apostarle a creer, si bien sólo por si acaso. Esa sería la apuesta más segura y racional.

El correo detuvo en seco mi frenética y última revisión de correspondencia antes de ir a casa. En una primera andanada de pensamiento el argumento me sonó convincente. Pero había algo en lo que no cuadraba. Hoy me asombro de no haber podido detectar la falacia de la Apuesta de Pascal con la velocidad que me hubiese gustado alardear.

Bajé los cinco pisos que me separaban del nivel del suelo, caminé los 200 metros que me separaban de mi vehículo y recorrí los 12 km en tráfico pesado hasta mi casa, con la Apuesta de Pascal rebotándome de lado a lado en las paredes del cerebro. Antes de apagar el motor, lo tenía. Encontré la renquera del argumento … y sonreí.

Años después, ahora viviendo en mi nuevo país, donde la gente le otorga mucha importancia a la posición personal e íntima que cada quien tenga con respecto a las religiones (tanto que uno de los dos partidos políticos está completamente dominado por teócratas), me he encontrado con que la Apuesta de Pascal es un argumento bastante estándar esgrimido por los creyentes en sus discusiones con los no creyentes. Ello a pesar que ya Voltaire y Diderot se contaron entre los primeros en echar vinagre en los Corn Flakes de Pascal, con una crítica mordaz poco después de la publicación de la apuesta. Pero quién sabe porqué, el argumento es tan recurrente en las discusiones, sea conscientemente con su nombre y apellido, o inconscientemente, como cuando se le pregunta a un no-creyente: "¿qué te espera si estás equivocado?", que me veo compelido a apuntar a las flaquezas de la Apuesta de Pascal (Pascal´s Wager) en los siguientes párrafos.

La Apuesta de Pascal sufre de cuatro flaquezas. Tres menores y otra ciclópeamente mayor.

Primera Flaqueza Menor:

La Apuesta de Pascal es un acto de cinismo. Está forzando una creencia sólo porque le conviene en términos de resultados y no porque tenga una convicción o encuentre virtud en ello. Es por demás obvio que cuando Pascal habla de Dios, se está refiriendo a Yahvé, el Dios de la Biblia, quien posee el poder de leer mentes e intenciones (Lucas 16:15) y que es terriblemente celoso e intolerante (leer cualquier parte del Pentateuco). Dios sabrá entonces que lo que está haciendo Pascal (o cualquier seguidor) es una pura apuesta y no hay sinceridad en ello. Por tanto le toca infierno también a Blaise.


Segunda Flaqueza Menor:

El costo de creer es cero sólo en el caso que se posee la creencia a un nivel epistémico. Pero es  muy probable que la creencia te conduzca por un camino religioso sectario y fundamentalista. En tal caso, diezmos, mojigatería, aversión a la ciencia, odio a quienes tienen distinta orientación sexual, tribalismo, xenofobia, pisoteo de los derechos que otros tienen a pensar distinto, guerras de conquista y evangelización, destrucción de otras culturas, negación de adecuada educación y tratamiento médico a la propia familia, abuso psicológico de niños, misoginia, represión sexual, son sólo algunas muestras de los costos que a alguien (y a la sociedad) le puede ocasionar una creencia religiosa. Alguien podría también contrapesar en los beneficios que puede producir una afiliación religiosa, como sentido de pertenencia, realización, propósito, filantropía, etc. Pero todos ellos son beneficios no exclusivos de las religiones y que pueden ser, y son también alcanzados a través de afiliaciones completamente seculares.

Tercera Flaqueza Menor:

¿De dónde saca Pascal que el creer en algo (lo que sea) es una acción que depende de la voluntad? Digo, tú no decides si vas a creer en la existencia del Sr. Mxyzptlk en la quinta dimensión, o en que un enano irlandés tiene escondido un tesoro ahí donde nace el arco iris, o en el ratón Perez que le regala dinero a los niños a cambio de sus dientes. Crees algo o no lo crees, así de simple. Dependiendo de qué tan alta coloques la barra del escepticismo y los niveles de evidencia que te satisfagan. ¿O me equivoco?


Y para finalizar, el plato fuerte. (Fanfarrias y redobles de fondo)

Gran Flaqueza Mayor:

La Apuesta de Pascal es el arquetipo de la falacia lógica conocida como Falsa Dicotomía. En ella se asume falazmente que sólo existen dos posibilidades. O Chana o Juana, como decían en mi pueblo. O crees en Yahvé - el Dios de la Biblia - o no crees en él y sobre eso haces una apuesta.

El argumento de Pascal es un intento de introducir racionalidad a una creencia religiosa específica, y es allí donde comienza y termina su legitimidad. Si vamos a extender sobre la mesa razones matemáticas y probabilísticas en una apología, debemos ser consistentes en el rigor de raciocinio de la misma. El mundo no está dividido en sólo dos facciones en cuanto a fe se refiere. Pascal está siendo presa de lo que se conoce como etnocentrismo cultural, pues considera que sólo debe tomar en cuenta las creencias predominantes en la cultura en que nació y creció, despreciando totalmente todo lo que está en el rico mosaico externo.

Qué pasa si al final de cuentas son los musulmanes los que tienen la verdad? Aláh no estará para nada contento ni con Pascal, ni conmigo, ni con ningún cristiano; todos los infieles estaremos en el infierno mientras Osama Bin Laden goza de sus 72 vírgenes en el lujurioso paraíso islámico. O pensemos, qué pasa si quienes tienen la razón son los indúes? Pues que todos nosotros, Pascal, este servidor y cualquier otro que no haya meditado lo suficiente para mejorar su karma, reencarnará en gusano (Bin Laden tal vez reencarne en ácaro o a lo mejor en cacarañica). Y qué tal si son los Wiccans los que tienen la razón? O la iglesia cienciológica, o los mormones, o los sikhs, o los bahai, o los pastafarianos (?). Ninguna religión contemporánea puede ser excluida si se quiere hacer una apuesta válida.

Pero ahí no termina la cosa. No podemos excluir tampoco la posibilidad de que alguna religión del pasado sea “la verdadera”  y se encuentre pasando sólo por una edad oscura antes de resurgir en el futuro con su verdad redentora. Podría ser que al “otro lado de la muerte” nos encontremos con Baal, quien debe estar encabritadísimo especialmente con los seguidores de Yahvé, su viejo enemigo. Hay que asignar casillas en la apuesta también para los dioses del Olimpo; para Odín y Thor en Asgaard; para el persa Ahura Mazda y su hijo Mithra, nacido de una virgen en un pesebre durante el solsticio de invierno (suena familiar, no?); para Ra, Amun, Isis y el terrible Osiris; para Kukulkan y el resto del panteón maya … y un infinito etcétera por todas las religiones que antaño fueron consideradas por alguien como la realidad última.

Pero tampoco ahí podemos parar. Yahvé tardó 200,000 años para decidir que era hora de revelarse al homo sapiens como su dios (OK, para los fundamentalistas tardó sólo 4,000 años en revelarse a toda la humanidad, pero aún así dejó pasar tiempo) ¿Quién nos dice que el verdadero dios no está esperando sólo un par de siglos más para revelarse, y del cual no conocemos aún nada, del mismo modo que los aztecas e incas no podían tener ni remota idea del dios que les sería “compartido” por los conquistadores? Y ese dios, puesto que su revelación aún está en el futuro, podría tener cualquier atributo imaginable. Podría ser más severo que Yahvé; o podría ser amoroso de verdad y no estar interesado en sistemas de premio y castigo. Podrían parecerle ridículos y muy culturales los conceptos de salvación y condena, cielo e infierno. Podría ser completamente indiferente, o rebosante de buen humor, o ser un gran tirano. No sabemos, y no podemos excluir ninguna posibilidad.

También podría ser que Yahvé sí exista, pero que su carácter haya sido desfigurado por los seres humanos. A lo mejor es un bonachón que abrazará a todas sus criaturas con comprensión, reconociendo que todos fuimos seres desorientados por nuestras limitaciones cognitivas y mal guiados por milenios de patriarcados que inventaron religiones y escribieron libros sagrados. A lo mejor Yahvé está sólo haciendo un experimento con nosotros y le interesa ver en qué medida la humanidad cae rendida por el dogmatismo y cuánto le toma desarrollar la razón. A lo mejor premiará las mentes inquisitivas y libre pensantes y castigará las mentes apachurradas por el dogma religioso. O tal vez Yahvé es un niño en otra dimensión y este universo no es más que su proyecto escolar de ciencias. Todo es posible y hay que asignarle número en la ruleta de Pascal.
 
Cuando estemos seguros de considerar todas las posibilidades y tengamos lista una ruleta infinita, entonces podemos hablar de apuestas. De más está decir que mis fichas están ya ahí en la casilla verde con el número cero, como cero son sus presuposiciones, la casilla de la razón y el escepticismo. Pero si mañana mismo aparecen los Wiccans (por pensar un ejemplo) presentando evidencias contundentes e irrefutables sobre su Dios Cornudo y su Madre Diosa, con gusto repensaría mi apuesta. Lo mismo vale para cualquier otra religión.

Blaise Pascal seguirá teniendo el puesto que la historia le dio por los aportes que hizo a la ciencia cuando decidió practicar ciencia. Seguirá siendo también un ejemplo de cómo la búsqueda de la verdad debe partir con mesa limpia y sin preconceptos, de lo contrario hasta el más pintado “levanta la que no era”.

miércoles, 30 de noviembre de 2011

Epistemología, corazón del escepticismo.

La epistemología es aquella rama de la filosofía que trata sobre el conocimiento o saber. ¿Qué es conocimiento?, ¿cómo adquirimos ese conocimiento? y ¿cómo sabemos lo que sabemos? son las principales preguntas sobre las que la epistemología trabaja.

Vamos por la vida “sabiendo” algunas cosas y desconociendo otras. Nos gusta saber, y a veces hemos pagado cierto esfuerzo intelectual por lo que sabemos. En otras ocasiones nuestros trocitos de saber han sido de fácil adquisición, bastó sólo con prestar atención. Es bueno saber, y existe un  mínimo de saber que es requisito para empujar nuestras vidas hacia adelante.  A veces confundimos saber con creer y creer con saber, al punto que ambos conceptos se vuelven indistinguibles. Basta que una creencia nos reconforte, nos haga sentir seguros y nos ayude a afrontar profundos temores, y entonces procedemos a aupar esa creencia en el pedestal del saber; actitud no del todo injustificada, como veremos.

Nos gusta saber y nos gusta estar seguros que lo que sabemos o creemos es cierto. Pero ¿hasta qué punto podemos estar seguros de lo que sabemos? ¿somos lo suficientemente honestos con nosotros mismos para reconocer que no siempre podemos estarlo?

Y es que  cualquier percepción que tengamos sobre la realidad que nos rodea, debe pasar por los imperfectos filtros de nuestros sentidos. Poseemos ojos que perciben en una estrechísima banda del espectro electromagnético y a una corta distancia; poseemos olfato, gusto, oído y tacto que se encuentran entre los peores entre todo el reino animal; poseemos un cerebro que “llena entre los espacios” de líneas entrecortadas, encuentra caras en el pan tostado y en la superficie de Marte, e imagina entidades tras las ramas que mueve el viento. Un cerebro evolucionadísimo al que se le han quedado cortos sus órganos sensoriales, convirtiéndolo en prisionero de autoengaños y espejismos; un cerebro al que se le haría extremadamente difícil distinguir entre la realidad y un mundo virtual de sensaciones proporcionado por una "matrix" (sí, la de la película).

Dioses del Olimpo. La realidad irrefutable para la mayoría de griegos antiguos
No podemos estar seguros de mucho. Que la tierra es plana debe haber sido un hecho muy convincente para alguien viviendo hace varios siglos alejado del mar; la observación con sus sentidos apuntaba a esa conclusión. Los preconceptos culturales son igualmente poderosos en la aceptación de verdades, tal sería el caso de un griego en la antigüedad, convencido que su vida es manejada por un grupo de dioses desde el Monte Olimpo. Ahora sabemos que se equivocaban. ¿En cuántas cosas nos estaremos equivocando en la actualidad? Y de nuevo: ¿cómo podemos estar seguros?

Responder esas preguntas requiere entender el grado de incerteza de cada pieza de conocimiento. En un extremo tenemos los teoremas y enunciados matemáticos y lógicos, para los cuales podemos elaborar pruebas. Así, la afirmación 2+2=4 es demostrable y podemos estar 100% seguros de su valor de verdad, no solo aquí y en China, sino aquí y en cualquier parte del universo. Pero la matemática y la lógica son las ramas más puras de la ciencia y por ello nos ofrecen esos altísimos niveles de certidumbre; para todo el resto del saber existe siempre algún nivel de incerteza. Es así como es percibido en la ciencia el conocimiento. Desde la gravitación, hasta la mecánica cuántica, no podemos hablar más de “pruebas” sino de EVIDENCIAS que vayan más allá de la duda razonable. Nunca hemos visto una foto de nuestro planeta en su posición con respecto al resto de la galaxia, pero tenemos fuertes evidencias y datos para figurárnoslo. Nadie estuvo presente para contemplar el Big Bang, pero los datos que del universo podemos obtener, evidencian su ocurrencia y edad (13.7 mil millones de años). ¿Hay prueba? NO. ¿Hay evidencias? SI.

Pero la ciencia está en paz con la epistemología. Quien entiende la ciencia sabe que en ella se trabaja con esas incertezas, desechando las hipótesis que no son respaldadas por la evidencia y aceptando aquellas que sobreviven a las tormentas inquisitivas del método científico.

Evidencias para la corte
Fuera de la ciencia también existen batallas que se libran para dilucidar la verdad. En las cortes penales, cuando los casos comienzan con una inicial contraposición de la palabra del acusador contra la palabra del acusado, entra en pleno juego la exposición de evidencias y contra evidencias para dirimir los casos. Ante un asesinato, no basta con agarrar al primero que va pasando por la calle y acusarlo; es necesario demostrar su culpabilidad con evidencias que vayan más allá de la duda razonable. Encontrar sus huellas dactilares en el arma y las marcas de balística que asocien esta última con el proyectil alojado en el cuerpo de la víctima, serían buenas evidencias para comenzar. Pero aún en el caso en que sean encontradas evidencias adicionales a éstas y que el mismo acusado confiese haber cometido el crimen ¿podemos tener el 100% de certeza que así ocurrió? … Eh… francamente no! El acusado podría ser víctima de una perfecta conspiración o podría padecer de un nivel de demencia que le haga creer haber cometido el crimen. Es un escenario muy poco probable, pero no es imposible.

El nivel de evidencia exigible ante las aseveraciones que escuchamos depende de la plausibilidad de las mismas. Si un compañero en el trabajo me dice que en su casa tiene un gato angora, no veo razones por las cuales no creerle ni porqué exigir evidencias de ello; tengo suficiente previa evidencia de que los gatos angora existen y que los dueños de gatos angora también, y no sería extraordinario que mi amigo sea uno de ellos. Pero si en otra ocasión a mi amigo le cuento que lo que yo tengo es un dragón invisible en mi garaje, entonces aquél tiene razón de sobra para no creerme y exigirme evidencias para cambiar de parecer. “Aseveraciones extraordinarias requieren evidencias extraordinarias” popularizó Carl Sagan con mucha razón.

Con todo y lo sencillo que es comprender estos conceptos, históricamente hemos presenciado cómo los seres humanos transitan sus vidas acarreando creencias que no tienen ningún soporte en la evidencia. Que la Tierra era cargada por una gigantesca tortuga y era el centro del universo; que los dioses del Olimpo; que la serpiente emplumada; que el poderoso martillo de Thor; que las 72 vírgenes en el paraíso para los mártires de la guerra santa; que los chakras; que el chi; que la reencarnación; que Adán y Eva; que el arca de Noé; que el fin del mundo venía el 21 de mayo de este año; que un dios omnipotente y antropomórfico crea todo un universo y unas criaturas con el sólo propósito que estas últimas concursen en un reality show para ganar el derecho de alabarle por siempre y evitar la tortura eterna; que el modo idóneo que ese dios encuentra para comunicarse con sus criaturas es dictarle un libro sagrado e inerrante a los patriarcas de una tribu del desierto en plena edad de bronce; que un día nos levantaremos y presenciaremos un ejército de ángeles descendiendo para que pasemos a ser juzgados. Todos ellos son clamores insoportados por la evidencia y la razón. Y sin embargo, contrario a lo que sucede con las hipótesis científicas, sus seguidores han afirmado siempre tener el 100% de certeza en tales creencias.

Mucho se ha escrito sobre las razones por las que la gente sostiene creencias infundadas. Yo me quedo con lo que denomino “borrachera cognitiva”. Parecemos pensar “mi creencia me hace sentir especial, me da una sensación de certeza, le da sentido y  propósito a mi vida, le confiere autoridad moral a mis opiniones y en últimas consecuencias me hace feliz. A este punto, que mi creencia carezca de asideros de evidencia es completamente irrelevante, lo que importa es que soy feliz con ella”.

"La píldora roja te hará abrir los ojos, la azul te hará seguir durmiendo"
Y es del todo comprensible. La felicidad es una joya preciada, algo por lo que vale la pena luchar y hasta hacer trampa ¿no? Aparentemente no hay nada atractivo en la sobriedad del escepticismo y su insistencia en la dura y objetiva realidad, comparada con los sentimientos embriagantes de las experiencias religiosas  y espirituales ¿no es así?

Por supuesto que se puede ser feliz como resultado de un engaño. Cuando era adolescente me hacía feliz el pensar que en cualquier momento Oxalc1 establecería contacto telepático conmigo desde Ganímedes y ahí comenzaría mi misión redentora de la humanidad. Pero ¿había algún trazo de realidad en esa expectativa o era simple borrachera cognitiva?  Más tarde en mis veintes, me habría hecho muy feliz creer y estar convencido que Angelina Jolie estaba enamorada de mí, y elevar esa creencia al pedestal de la fe, porque al cabo lo que importa es ser feliz ¿no? [esposa mía, si estás leyendo esto te aseguro que esa ilusión ya no me parece atractiva en la actualidad y que eres uno de esos extraños casos en que la realidad supera la fantasía - te lo aseguro (gulp)]. Pero de nuevo ¿qué de cierto hay en esa fantasía embriagante?

Lo irónico del caso es que muchos reirían ahora conmigo sobre lo de Oxalc y Angelina, pero serían incapaces de someter sus propias fantasías ideológicas y religiosas a un honesto escrutinio factual.

Paro algunos, sin embargo, llega a un momento en la vida en el que se descubre el valor de la verdad como una joya más preciada y profunda que los retazos de felicidad circunstanciales y siempre finitos. Procedemos entonces a elevar los estándares para la información que pasará por nuestros sentidos. La fe deja de ser virtud y se desnuda como vicio. Los testimonios anecdóticos de primera y segunda mano comienzan a perder valor pues reconocemos que el ser humano es excelente para engañarse a sí mismo y mejor para engañar a los demás. Entendemos entonces que la posición por default ante una aseveración extraordinaria es el escepticismo, hasta que la parte proponente ponga sobre la mesa las evidencias irrefutables de sus clamores.

Cuando aplicas entonces escepticismo y racionalidad en todas las facetas de la cognición humana, aparece una recompensa inesperada, descubres que hay grandeza en esta visión sobria del cosmos. Paladeas la honestidad intelectual en su máxima expresión: la honestidad ejercida ante ti mismo. Descubres entonces que nada, ni siquiera las más reconfortantes y reasegurantes fantasías, saben mejor que la integridad de tu intelecto.

Tengo un amigo teólogo, muy liberal y versado, con el que en todo estamos de acuerdo, excepto en religión. En una discusión me argumentó que para él la exigencia de evidencias es una restricción injustificada, que deberíamos liberarnos de la "tiranía de la evidencia" y aceptar otro tipo de criterio en la búsqueda de la verdad. 

- Como qué?- pregunté yo.
Una encogida de hombros obtuve por respuesta.
- Como qué? - yo de nuevo.
- No lo sé! - contestó él.

Y de no ser por una interrupción externa, creo que habríamos nombrado el concepto que mi amigo propondría. Me aventuro a pensar que sería algo como "corazonada", "intuición", "sexto sentido", "inspiración", etc.

En tal caso, puedes tu imaginar una corte condenando al acusado porque el jurado tuvo la corazonada de que esa era la realidad? O una aerolínea confiando la manutención de sus aviones al mecánico de la esquina porque el "sexto sentido" de alguien así se lo indica?

Por algo el ser humano se vuelve increíblemente frío y racional en esos casos en que se juega la vida (o hasta el dinero), aunque pueda permitirse embriaguez en los campos más intangibles. Pero, si puedo ser sobrio en algo, porqué no serlo en todo?

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1: Oxalc fue el extraterrestre más popular y memorizado por los seguidores de Sixto Paz Wells en los años setentas, debido tal vez a haber sido el primero en comunicarse telepáticamente con éste desde Ganímedes, o tal vez por ser uno de los más marchosos, o tal vez por tener un nombre difícil de olvidar. Por cierto nunca hubo evidencias de Oxalc, pero sí las hubo de la tremenda inhospitalidad de las lunas de Júpiter.

viernes, 28 de octubre de 2011

Creacionismo contra Evolución. O cómo se ataca un gigante con las armas de la ignorancia y argumentos malos, malísimos. Parte II

A veces los creacionistas y anti-evolucionistas de toda estirpe y confesión, han encontrado gente racional entre la feligresía que les escucha. Personas que no se conforman con el simplista “¿y porqué todavía hay monos?” y exigen explicaciones que jueguen en la misma liga que la ciencia lo hace. Así, hemos visto aparecer ese tipo de “argumentos” que suenan a ciencia, utilizan palabras prestadas de la ciencia, huelen a ciencia …. pero no son ciencia. Uno a uno fallan miserablemente ante la solidez de la Evolución de las Especies. Fallan y vuelven a fallar, y anticipo que seguirán fallando mientras sigan colocando la carreta delante de los bueyes, mientras partan de una conclusión sagrada que no puede ser contestada y se lancen a la pepena o recolección de los hechos que aparentemente apoyan esa conclusión, ignorando  aquellos que la contradicen. Así no trabaja la ciencia, en ella lo primero que necesitas hacer es limpiar la mesa de preconceptos y prejuicios, observar objetivamente los hechos y tomarlos todos en consideración, especialmente aquellos que no nos gustan, y de ahí sacar la conclusión más honesta.

Presento entonces un conjunto de malos argumentos anti-evolucionistas, directamente de la cocina de las iglesias norteamericanas y que pretenden pasar por ciencia a punta de usar palabras rimbombantes.

“La segunda ley de la termodinámica impide que exista la evolución porque ella dice que todo sistema con el tiempo tiende al caos y no al orden debido a un incremento de su entropía”

Respuesta: Cada vez que escuches a un creacionista esgrimir este mal argumento apunta con tu dedo al astro rey hasta que entienda la indirecta, o te dé oportunidad de explicarle lo que la segunda ley de la termodinámica realmente establece.

Dicha ley habla de sistemas cerrados o aislados. En efecto, prueba aislar térmica o energéticamente  una caja, una habitación o un universo y presenciaras cómo todo en su interior tenderá hacia el caos, hacia la maximización de su entropía y su muerte térmica.

Pero la Tierra, mis amigos, NO ES UN SISTEMA CERRADO! En cada momento, recibe del Sol la friolera de 174 PetaWatts (1.74x1017 = 174,000,000,000,000,000 Watts) de potencia,  suficientes no sólo para que florezcan nuestras plantas,  se muevan nuestros ríos y la evolución lleve motor fuera de borda, sino que hasta alcanza para que una especie llene el planeta de carreteras, puentes, rascacielos, mona lisas y estatuas de la libertad.

La segunda ley de la termodinámica trata sobre los procesos energéticos que no son reversibles. De esa energía que, si bien no se destruye sino sólo se transforma, sí desaparece como energía utilizable. De ese calor que se genera en las fricciones de nuestros vehículos y que ya no hay modo de recuperar. La entropía es esa bolsa, esa cuenta de la energía perdida para siempre. Pero la “indeseable” acumulación de entropía de la Tierra es compensada a cada segundo por fresca y utilizable energía proveniente del Sol, quien a su vez sólo presencia sus pérdidas, al tiempo que acumula tremendas cantidades de su propia entropía.

En la relación Tierra-Sol, la Tierra gana siempre y construye su orden evolutivo, el Sol pierde siempre y se aproxima al caos (su muerte). En la cuenta global ambos pierden y comparten destino.

“Las proteínas necesarias para el surgimiento de la vida son muy complejas. La probabilidad de una molécula proteínica ensamblándose por casualidad son remotas (1 en 10113). Es como que un tornado pase sobre un campo de chatarra y ensamble un Boeing 747. Es como que lances al aire un montón de ladrillos y estos al caer construyan una casa”

Respuesta:  Como muchos de los argumentos contra la evolución, éste en realidad va dirigido a otro campo de la ciencia conocido como Abiogénesis (aunque ellos le llamen “evolución”). La evolución es el mecanismo en que la vida se adapta al medio ambiente una vez que ya existe vida, no trata en absoluto (ni pretende hacerlo) sobre el cómo la vida se origina. Sin embargo, me tomo aquí la libertad de poner este argumento bajo la mirilla porque es comúnmente usado también para atacar la Geología, la Astrofísica y en general cualquier rama de la ciencia que ponga en aprietos los dogmas religiosos.

Este cálculo de probabilidades asume que la formación de una molécula de proteína ocurre por casualidad. Esto no es así, la Bioquímica no es un mecanismo de casualidad. Complejas moléculas orgánicas se forman constantemente en condiciones existentes en el espacio. El caldo primordial del que la Abiogénesis habla no debió ser en realidad producto del azar sino una consecuencia directa de las características específicas del planeta.

Los dados con que la naturaleza juega
El cálculo también hace la absurda asunción de “un solo evento”, un solo tornado pasando sobre la chatarra, una sola tirada de ladrillos al aire. No tiene ningún punto de comparación con los trillones y trillones de veces que el ensamblado de moléculas ocurre en un océano prebiótico y que se repite cada milisegundo. Vamos, es cierto que si a mí me dan 146 dados y los lanzo al aire, la probabilidad de obtener todos seises es de una en 4x10113. Eso es una posibilidad remotísima, del mismo orden mencionado en este argumento, cercana a la imposibilidad, si lo experimentamos en un solo evento. Pero busquemos ser justos con la naturaleza y entendamos que los átomos de carbono, oxígeno, hidrógeno y nitrógeno son eléctricamente propensos al enlace y que, si bien es cierto al ponerlos juntos no podemos esperar obtener un aminoácido “en una tirada” (H2NCHRCOOH), sí podemos obtener moléculas de agua (H2O), metano (CH4) o amonio (NH3), mucho más simples y probables de ocurrir, que no se deshacen y sirven de punto de partida o diente de trinquete para la siguiente tirada de menos dados, o mejor dicho de monedas, donde cada compuesto responde sólo a una pregunta a la vez ¿enlace con esa otra sustancia? Sí o No!

Así funciona la naturaleza, con un “sí” o un “no” a cada paso, que se acumula como información y que con el paso de enormes cantidades de tiempo ensambla complicadas estructuras.

Si a la tirada de los dados introducimos la condición de que en cada evento recogemos todos los seises, los apartamos y hacemos la siguiente tirada con el resto de dados apartando los seises cada vez, no tomará más de 30 de esas tiradas para obtener todos los seises que estamos buscando. ¿Estamos haciendo trampa? ¡Sí!  Como asímismo lo hace la naturaleza al jugar con los dados cargados del enlace químico.

“La velocidad de rotación de la Tierra está disminuyendo, por tanto el planeta debe ser muy reciente, no tan viejo  como para que la evolución haya tenido lugar”

Buzz Aldrin instalando el reflector del Luna Laser Ranging
Respuesta: Este es uno de esos argumentos seudocientíficos en los que el autor no se tomó la molestia de hacer los cálculos. Veamos, la historia evolutiva terrestre data desde la aparición de las primeras procariotas, hace unos 3,500 millones de años. La Tierra se condensó en su órbita hace 4,500 millones de años y desde entonces ha pasado por períodos de aceleración y deceleración de su rotación, gracias a cambios en la corteza terrestre y sobre todo a la transmisión de momento angular del planeta hacia la órbita lunar con cada marea. Utilizando el “Lunar Laser Ranging” cuyos instrumentos fueron emplazados en la Luna por las misiones Apollo, se ha obtenido una deceleración  promedio de 31 segundos por siglo por siglo (31 seg/cy2), lo que da como resultado una duración inicial del día de 14 horas para una edad de la Tierra de 4,500 millones de años. Tiempo más que suficiente para que la evolución ocurra.

“La tasa de cambio de X estructura planetaria o geológica es tal que indica una Tierra joven, no de 4,500 millones años como los científicos dicen haber encontrado. Por tanto no puede haber habido tiempo para que la evolución ocurra”

Respuesta: Se me ocurrió meter en un solo ítem general pues es extensa la cantidad de argumentos específicos que los creacionistas esgrimen bajo el sombrilla general de “si demuestro que la Tierra es más joven de lo que la ciencia dice, entonces la evolución es falsa”.

Y ya sea que se trate del caso de la Luna alejándose de la Tierra, el polvo cósmico que cae anualmente sobre la misma Luna, la existencia de “cometas de corto período”, la expansión de clusters de estrellas o algo por el estilo, siempre indefectiblemente se trata de un elemental cálculo mal hecho, el partir de datos obsoletos de antes de la era espacial o la simple, llana y desvergonzada invención de datos. También suelen mencionar datos ciertos (premisa verdadera) pero fallar miserablemente en la conclusión (falacia lógica) como cuando mencionan la edad del árbol más viejo, el nivel de sedimento del río Mississippi, la tasa de erosión de las cataratas del Niagara y otras, a lo que debemos contestar ¿y qué con eso? ¡Completo non-sequitur! ¿Qué tiene que ver la edad del Niagara o cualquier otro accidente geográfico con la edad global de la Tierra? Por supuesto que cualquier volcán, río, bosque, desierto son sólo “pasajeras espinillas” en el rostro geológicamente viejo de nuestro planeta.

“¿De qué sirve medio ojo? ¿De qué sirve media ala? Tal o cual estado transicional habría matado al animal” 

Respuesta:

Estadios evolutivos del ojo
Englobo aquí también todos aquellos malos argumentos que fallan en comprender la gradualidad del mecanismo evolutivo. Es casi infantil pretender que el desarrollo de un órgano como el visual, en un momento determinado implica que toda la población poseía medio ojo, o el 20%, 60%, 90% del globo ocular. Es ignorar el viviente testimonio de algunos moluscos que sensan luz por la piel, cuando otros (el nautilus) poseen un simple agujero que admite la luz hacia una primitiva retina para determinar la dirección del haz luminoso, y otros están a medio camino de desarrollar una lente. Es creer que la evolución va mágicamente guiada hacia un objetivo, y los animales deberán luchar por sobrevivir con el órgano que ella les imponga. Completamente al revés de lo que en realidad sucede: es ese medioambiente quién va moldeando órganos para que se le adapten. Es como preguntar porqué una perra no da a luz a un pollo, o esperar que aparezca un patodrilo, como vimos en el anterior post. Es fallar en comprender que nunca un animal de una especie producirá hijos de otra especie y nunca un hijo será biológicamente distinto de sus progenitores. Que para apreciar los lentísimos cambios evolutivos se necesita un medio ambiente que los presione, y cientos, miles de generaciones que transformarán una especie en otra no muy distinta. Una cadena larga y gradual donde cada indivíduo es transicional y en ninguno de ellos puedes advertir el cambio de especie a especie, como tampoco puedes advertir en qué palabra de este párrafo el magenta se volvió naranja.

jueves, 29 de septiembre de 2011

Creacionismo contra Evolución. O cómo se ataca un gigante con las armas de la ignorancia y argumentos malos, malísimos. Parte I


Argumentos escuálidos contra el gigante de la realidad
Parte esencial de la ciencia es el conflicto de ideas, la discusión y los desacuerdos. Constantemente los científicos traban combates encarnizados en el ring de los “peer review journals” y en las palestras de las grandes universidades e institutos de investigación. Ningún sueño es más codiciado por un joven científico que el descubrir una “falla”, una nueva óptica o un refinamiento sobre una conocida teoría científica. Esto es especialmente cierto en el caso de aquellos campos en la frontera agreste de la ciencia, como la física cuántica y la astrofísica. Por supuesto que hay mucho debate sobre la Teoría de Cuerdas (String Theory) y su momentánea infalsabilidad; hay discusiones sobre el hipotético Bosón de Higgs; y al momento  de escribir estas líneas, hay tremendo revuelo en el mundo de la física de partículas al haberse descubierto la semana pasada neutrinos aparentemente excediendo el límite de velocidad (el de la luz) "permitido" en el universo, de acuerdo a la Teoría Especial de la Relatividad.

Hay mucha pelea y debate en esos campos de vanguardia. Pero también hay otras áreas científicas más maduras y establecidas, donde las discusiones están ya completamente ausentes. Ya nadie le discute a Newton, a Faraday, a Maxwell  o a Boyle. Difícilmente alguien en las esferas científicas pondrá en duda que una corriente eléctrica produce un campo magnético, que el volumen de un gas es inversamente proporcional a su presión, o que la Tierra orbita alrededor del Sol (aunque un gran porcentaje de la población mundial crea que es el Sol el que gira alrededor de la Tierra).

En cuanto a la Biología y su teoría central, la Evolución de las Especies por Selección Natural con sus 150 años de madurez, hay que decir que en las esferas científicas hay un debate atinente a los pormenores del CÓMO la evolución ocurre, en cuanto a este o aquel detalle a nivel celular. No existe – repito – NO EXISTE! ... controversia en la comunidad científica en cuanto a la realidad factual de la Evolución, del mismo modo que no lo existe sobre la Gravitación Universal. Que las especies van cambiando y diversificándose de acuerdo a las presiones que su medio ambiente les impone es un hecho de igual indiscutibilidad como que los cuerpos se atraen en virtud de sus masas.

Resulta trágico entonces que la Teoría de la Evolución se encuentre bajo un ataque tan feroz en los Estados Unidos de América y en los países islámicos. Resulta simpatiquísimo que las “críticas” a la Teoría de la Evolución no provengan de entidades científicas ni individuos guiados por el método científico mismo. No, las “críticas” a la Evolución vienen de los púlpitos, de las publicaciones propagandísticas religiosas, de La Atalaya y La Torre de Guardia, del Club 700, de los políticos republicanos en busca de votos, de personajes que nunca entendieron lo que ciencia significa, y por el contrario descubrieron que esa ignorancia produce buenos réditos cuando se la vende a millones que buscan justificar su propia ignorancia. Las “críticas” a la Evolución no contraponen ninguna explicación alternativa igualmente científica; lo que se propone es un regreso al mito y el pensamiento mágico, a los textos sagrados e incontestables; al universo apareciendo como un acto de magia, un hombre hecho de barro y una mujer de su costilla. Tal es el nivel “científico” que se opone a la Evolución de las Especies.

Los argumentos contra la Evolución son malos, malísimos. No sólo parecen provenir de quien nunca ha abierto un libro de ciencia sino que jinetean a lomos de la normal ignorancia y malos conceptos que lógicamente abundan entre quienes no vivimos de la ciencia y especialmente entre quienes no leen más que un libro. 

Reconociendo entonces que este no es un debate serio en las esferas serias de la ciencia, sino que pertenece acá abajo, entre ignorantes orgullosos de ignorar e ignorantes que valoran la realidad, me doy a continuación a la fácil tarea de discutir y desnudar esos malísimos argumentos y errores de concepto, comenzando por los más recurrentes.

“La evolución dice que el hombre desciende del mono …”
Arbol filogenético de los primates
Respuesta: Este tal vez sea el error de concepto más común sobre la evolución. En ningún lugar de la teoría se afirma que el ser humano descienda del conjunto de especies modernas que englobamos bajo la categoría “monos”. Lo que compartimos con el resto de primates es un ancestro común, una especie que existió hace millones de años y la cual se ramificó en diferentes especies, algunas de las cuales ya se extinguieron pero otras han llegado a nuestra época con nosotros. Ni lémures, ni babuinos, ni gorilas, ni bonobos, ni orangutanes, ni chimpancés son ancestros del homo sapiens; son más bien sus "primos" más cercanos.


“Si el hombre desciende del mono ¿porqué todavía hay monos?”
Respuesta: Aparte de padecer el error de concepto explicado en el punto anterior, esta frase denota ignorancia sobre el mecanismo evolutivo. Las especies van sufriendo modificaciones con el paso del tiempo, pero además se van ramificando cuando parte de la población es aislada del resto y sometida a presiones ambientales distintas. Un grupo de osos quedó aislado en regiones árticas hace millones de años y desarrolló gran adaptación a ese ambiente (pelo blanco, mayor tamaño, resistencia al frío extremo), pero el surgimiento de esta nueva especie –el oso polar- no hace que otros grupos de osos, que debieron adaptarse a otros ambientes, desaparezcan.

La fatuidad de este mal argumento se desnuda si le aplicamos un Reductio ad Absurdum:

Si los americanos descienden de europeos ¿porqué todavía hay europeos?
Si el idioma Español desciende del idioma Latín ¿porqué todavía hay Latín?
Si el lenguaje de programación Pascal desciende de Algol ¿porqué todavía hay Algol?
Si el oso polar desciende del oso pardo ¿porqué todavía hay osos pardos?

“Si la evolución es cierta ¿porqué se ha detenido?”
Respuesta: La evolución no se ha detenido en ningún momento. Quien esgrime este mal argumento espera ver grandes cambios evolutivos en sus pocas décadas de vida, pero sucede que en la mayoría de los casos el proceso evolutivo es tan lento que requiere millones o al menos miles de años para que los cambios sean apreciables. Con todo y ello, sí existe cambio evolutivo de cortísimo plazo en algunos casos. Los virus, bacterias y plagas desarrollan resistencia a los anticuerpos, antibióticos y plaguicidas con los que les combatimos; las mariposas nocturnas se volvieron negras entre el smog de la ciudad; los ratones de desierto adoptan el color que mejor los oculta de sus predadores.
Si alguien piensa que la evolución se ha detenido, a lo mejor su problema es con la abstracción matemática necesaria para concebir que cada millón de años = mil milenios = diez mil siglos = 1,000,000 años.

“Yo voy a creer en la evolución hasta que vea una perra dando a luz a un gato”
Respuesta: Muchos en Europa y América Latina pensarán que estoy bromeando o exagerando, pero esta es una frase que se la puede oír a grandes evangelistas y politicos en los Estados Unidos, en transmisiones de costa a costa, sabiendo que son escuchados por millones de personas y sin temor al ridículo. La ignorancia de esta gente con respecto a la más básica biología les lleva a creer que la evolución opera en cambios repentinos, y que una madre de una especie puede producir crías de otra especie perteneciente a otro orden, clase y filo. No comprenden que la evolución es un proceso terriblemente lento y gradual, y que nunca un animal podrá tener retoños de una especie distinta.

“Yo voy a creer en la evolución cuando vea un animal que sea mitad cocodrilo y mitad pato”
El Patodrilo. Lo que los creacionistas esperan ver
Respuesta: Esta es otra versión del caso anterior, el considerar que la evolución supone quimeras en las que un individuo puede ser mitad una cosa y mitad otra. Quieren ver un patodrilo o crocoduck! No solo fallan en entender la lentitud y gradualidad del mecanismo evolutivo sino también fallan en entender que éste opera a nivel colectivo en poblaciones completas, no a nivel individual. La principal falacia lógica cometida por los creacionistas es la Falacia del Espantapájaros: están peleando contra lo que ELLOS CREEN que es evolución, no contra lo que evolución realmente es. (Tan fácil que sería abrir un libro!)

“La evolución sólo es una teoría!”
Respuesta: Como ya explicamos en un post anterior, el concepto coloquial de la palabra “teoría” no es el que se debe usar cuando uno se refiere a “Teoría Científica”. Coloquialmente con lo de “teoría” pretendemos decir “conjetura”, “suposición” y hasta “corazonada”, como cuando decimos por ejemplo “tengo la teoría de que mañana va a hacer viento”, estamos queriendo decir que eso puede ser cierto o no, que eso es nuestra riesgosa e incomprometida suposición. En lenguaje científico o académico, el concepto de “Teoría” es el cuerpo extenso de observaciones, datos, experimentos, hipótesis, leyes, tratados, volúmenes, cálculos que explican un fenómeno natural. No hay nada de corazonadas o suposiciones en el concepto científico de “Teoría”, como no lo hay cuando hablamos de la Teoría Electromagnética, la Teoría Microbiológica de la Enfermedad, la Teoría Heliocéntrica o la Teoría de la Evolución por Selección Natural.

“La evolución no puede explicar cómo se originó la vida”
Respuesta: Y no pretende hacerlo. La evolución explica la diversificación de la vida a través del tiempo una vez que ya hay vida. Ese es por definición su límite. Emitir esa frase es equivalente a decir “la Teoría de la Relatividad no puede explicar cómo hacer tostadas a la francesa”.
Y es que ya hay un campo de la ciencia dedicado a estudiar los orígenes de la vida. Se llama Abiogénesis y no tiene nada que ver con Evolución más que el ser objetos de estudio científico.

“No creo en la evolución porque eso del Big Bang ... bla bla bla”
Respuesta: Aquí estamos ante un caso peor que el del punto anterior. Muchos creacionistas y antievolucionistas no sólo desconocen lo más básico de la evolución sino que llegan al punto de llamarle “evolución” a cualquier área de la ciencia que consideren contrapuesta a su dogma religioso. De modo que le llaman “evolución” no sólo a la teoría presentada por Charles Darwin y desarrollada en el último siglo y medio, sino que también ahí embuten la Paleontología, la Geología, la Antropología, y como en este ejemplo, la Astrofísica.

“En el registro de fósiles hasta ahora encontrados no hay uno solo que sea transicional”
Evolución del caballo documentada por fósiles
Respuesta: TODOS los fósiles encontrados hasta ahora son transicionales. Todos los seres vivientes son transicionales. Quien esto escribe y quien esto lee somos transicionales. El problema aquí es de nuevo un erróneo concepto sobre esa transición. Esperan encontrar una quimera como el patodrilo (crocoduck) o algo que es mitad una cosa y mitad otra. Si a lo que se refieren es a una secuencia de etapas por las que una determinada especie ha transitado en su camino evolutivo, pues existen en el registro de fósiles preciosos ejemplos como la evolución del caballo, de la ballena y del ser humano mismo.


“La evolución no es posible porque ¿cómo vamos a ser producto de la casualidad?”
Respuesta: La evolución no es casualidad. Es todo lo contrario de la casualidad. La modificación de las especies está altamente condicionada a la variación en el medio ambiente que habitan. Es ese conjunto de factores completamente exógenos a los organismos y poblaciones quienes “seleccionan” qué mutaciones serán favorecidas con supervivencia y reproducción. Hay jirafas porque hay acacias.
La Falacia del Espantapájaros ataca de nuevo.

(continuará)