Yo no moriría nunca por mis creencias porque puedo estar equivocado

- Bertrand Russell

viernes, 29 de abril de 2011

El Método Científico

Paco se dispone a ver su programa favorito de TV. Se sienta en su sofá, toma el control remoto, oprime el botoncito rojo rotulado con la palabra “power”, y su televisor no enciende. Espera unos segundos, vuelve a oprimir con su brazo en distinto ángulo, pero sigue el aparato sin encender. Inmediatamente su cerebro comienza un proceso de racionalización con miras a entender y resolver el problema. Supongo que este es un escenario que se repite en el mundo millones de veces cada día y asumo que en la gran mayoría de veces los protagonistas salen airosos del episodio. Sin saberlo o notarlo utilizan lo que en las grandes ligas de la investigación se ha dado en llamar Método Científico.

El proceso es un sencillo algoritmo. Cuando el investigador identifica un fenómeno desconocido, debe proceder como a continuación:

  1. Definición del problema en forma de pregunta
  2. Recolección de datos y observaciones
  3. Formulación de hipótesis
  4. Experimentación y colección de datos sobre la hipótesis formulada
  5. Interpretación de datos y formulación de conclusiones
Así nuestro héroe cumple con el primer paso preguntándose “¿porqué no enciende mi TV aún cuando cumplo con todos los usuales movimientos y requisitos para que lo haga?”.

Inmediatamente procede a recolectar datos y observaciones (paso 2): “veamos si los LEDs (foquitos) rojos o verdes del control remoto y del televisor se encienden y apagan como lo usual”. “Oh! El del control remoto no enciende!”

Ahora avanza al importantísimo paso 3 formulando rápidamente una hipótesis: “Al control remoto le faltan las baterías”.  Atención! La hipótesis formulada debe poseer una importante característica: debe ser FALSABLE, es decir debe existir un camino empírico o experimental que, en caso de ser falsa, quede ello en evidencia. Paco ha formulado bien su hipótesis dándole falsabilidad. El caso contrario hubiese ocurrido si por ejemplo, Paco hubiese formulado la siguiente hipótesis: “Existe un duende invisible que va por el mundo haciendo travesuras temporales con los televisores a cambio de incrementar la fortuna de sus víctimas en otros aspectos. Esta vez me ha tocado a mí”. Como ven, no hay modo, no hay camino lógico ni experimental que pueda demostrar falsa una hipótesis tal. El televisor podría estar funcionando en el próximo minuto y Paco continuará creyendo que fue visitado por el susodicho duende. Ello podrá ser reconfortante para Paco, pero no es la verdad.

Pero continuemos con el Paco racional y su correcta hipótesis de la falta de baterías y vayamos al paso 4. En este caso nuestro amigo procede a la experimentación y colección de datos: gran experimento consistente en abrir el compartimiento de las baterías y observar si estas están en su lugar. Como este experimento puede ser repetido por cualquiera, cumple también con la característica básica del método científico de verificabilidad.

Con el paso 5, Paco interpreta los datos encontrados. Si no había baterías, entonces puede concluir que ello debe ser muy probablemente la causa del mal funcionamiento. Si las baterías están en su lugar, ya puede concluir que su hipótesis fue demostrada falsa y debe volver al paso 3 a formular una nueva hipótesis (tal vez que las baterías están descargadas).

Así, seamos nosotros resolviendo nuestros pequeños problemas cotidianos o Edwin Hubble descubriendo que el universo no es estático sino que se expande, el único camino que nos lleva a de verdad entender lo que sucede es el método científico.

Valga entonces subrayar sus principales preceptos:

Verificabilidad.
Cualquier experimento o prueba al que una hipótesis es sometida, debe poder ser reproducido por cualquier otro investigador en el mundo. No se vale decir “oh, mi experimento me da estos resultados a  mí porque solo yo sé cómo hacerlo con mi procedimiento secreto”.

Predictibilidad.
Todo cuerpo o área de investigación científica (teoría) debe permitirnos hacer predicciones sobre el comportamiento futuro del fenómeno bajo estudio.  

Falsabilidad.
Como se explicó arriba y redundo aquí por su importancia: si no hay un fácil modo de demostrar falsa la hipótesis formulada, ésta no puede ser científica. Por ejemplo, la Teoría de la Evolución y sus hipótesis podrían fácilmente ser demostradas falsas si, como el gran Biólogo John Haldane espetó ante el mundo, se encontrara fósiles de conejos entre las rocas precámbricas. Eso no ha sucedido, no hay mamíferos allí, sólo los moluscos y bacterias esperados. La teoría evolutiva se robustece, no sólo porque no haya sido mostrada falsa, sino porque de serlo sería tan fácil determinarlo.

Honestidad.
Todas las observaciones deben tomarse en consideración, no sólo las que confirman las hipótesis, sino especialmente las que no lo hacen. Los seres humanos tenemos una tremenda tendencia a sufrir de “confirmation bias” (sesgo confirmativo). Los resultados no esperados le están gritando al investigador que debe corregir el rumbo. Este debe atender la advertencia si quiere hacer buenos sus esfuerzos investigativos, de lo contrario otros lo harán por él.

Creo importante anticipar que una de las mayores “misconceptions” sobre la ciencia y los científicos es la que pinta a estos últimos como personajes que trabajan en solitario encerrados en un laboratorio. Eso es puro y llano estereotipo hollywoodense y de caricaturas (agrega pelo despeinado y sonoras carcajadas después de cada descubrimiento y la imagen estará completa). En realidad la investigación científica se realiza en grandes redes de trabajo compuestas por las mejores universidades del mundo e institutos públicos y privados creados con ese propósito. Los trabajos normalmente son compartidos entre ellos y publicados en “Peer Reviewed Journals” donde existe una competencia feroz de ideas. Los científicos se agrupan en posiciones en torno a hipótesis e ideas nuevas y se vuelven férreos críticos unos de otros. Es en este ambiente altamente competitivo donde sólo los trabajos que andan cerca de la realidad sobreviven y van directo al premio Nobel y otros reconocimientos. Las propuestas débiles no soportadas por el método científico no resistirán ni las primeras fases de este proceso de escrutinio.

martes, 26 de abril de 2011

Ciencia! ¿Y eso con qué se come?

Comentar en blogs y fórums de alto tráfico e incluso acechar en los mismos es una experiencia interesante. Ese intercambio de ideas podría parecerse a una mascarada global a la que cualquier persona del mundo puede entrar, con o sin rostro, con o sin nombre, donde a lo que se va es a emitir y recibir ideas, con la certeza de que cada quien que hable será escuchado. Ahí encuentras personas con puntos de vista muy parecidos al tuyo y personas con una diametralmente distinta visión del mundo. Cierto que no se puede cometer el error de juzgar la idiosincrasia de una población entera a partir de lo que sucede con una pequeña muestra autoseleccionada, pero hay pistas y tendencias que se pueden inferir a partir del intercambio extensivo de ideas.

Una de esas observaciones atañe uno de los ejes en los que gira este blog: la ciencia. Pude notar que aunque toda la gente cree saber lo que es ciencia, en realidad el porcentaje que efectivamente la entiende es ínfimo. La mayoría mantiene ideas erróneas plagadas de “misconceptions”.

Pero en toda justicia, debo decir que es completamente comprensible el porqué se va por la vida manteniendo conceptos erróneos sobre lo que la ciencia es. Usamos y disfrutamos intensivamente los productos de la ciencia sin detenernos a pensar cuál es el proceso que levantó desde el polvo de la ignorancia un determinado fenómeno natural y le convirtió en herramienta manipuladora de realidades. Yo mismo confieso haber padecido ignorancia al respecto (a lo mejor todavía la padezco). A pesar de haber obtenido ya un grado de ingeniería y otro de maestría, no recuerdo haber recibido una tan sola lección introductoria sobre las bases de la ciencia y su método. En nuestros laboratorios aplicábamos procedimientos que se apegaban al rigor científico, pero lo hacíamos como siguiendo una receta de cocina y sin estar del todo conscientes del trasfondo filosófico de la ciencia. ¿Habrá sido porque mi educación profesional la realicé en un país del tercer mundo? No lo creo. He conocido en los Estados Unidos a personas que ostentan un PhD en ingeniería o un MD (medicina) pero que manejan conceptos sobre la ciencia peores que los que yo haya nunca tenido.

He podido escuchar y leer frases como: “la ciencia es rígida, no está dispuesta a la innovación”, “los conocimientos científicos se mantienen por fe”, “la ciencia es un club de nerds que no ven más allá de lo convencionalmente establecido”, “esa no es más que una teoría”. Y hablando de “teoría” llama la atención el modo en que este término es confundido con el de “hipótesis” e incluso con “corazonada” o “suposición”. Pero ya dedicaré una completa entrada de blog a ese último y pervasivo error.

Primero veamos QUE ES la ciencia y como nació, antes de de darnos a la tarea de aclarar LO QUE NO ES.

De acuerdo a una típica entrada de diccionario, ciencia es el estudio sistemático de la estructura y comportamiento del mundo físico a través de la observación, medición, identificación, descripción, experimentación y construcción de teorías que expliquen esos fenómenos naturales.

En contraste con otros modos de “conocer” provenientes de mitología y misticismo, para que la explicación de un fenómeno califique como ciencia debe ésta ser testable empíricamente y atenerse exclusivamente a la descripción de lo objetivamente observado. La razón y los procesos lógicos son esenciales en esa indagación científica.

En ciencia sólo tiene cabida la realidad y sus hechos. Cualquier subjetivismo, preconcepto, sesgo ideológico o personal, debe quedar por fuera. Lo que se reporta es lo encontrado, aunque ello vaya en contra de los deseos del investigador.

En ciencia, los pasos de los pioneros pueden y deben ser reproducidos por cualquiera. Los resultados de quienes antecedieron las investigaciones pueden ser siempre sometidos a nuevas revisiones a medida se dispone de nuevas tecnologías y datos.

En ciencia NUNCA se considera haber alcanzado la verdad absoluta. Todas las explicaciones y teorías llevan un carácter de provisionalidad y perfectibilidad. Copérnico es correcto en su teoría heliocéntrica, pero Galileo observa y describe el movimiento de los cuerpos en derredor del sol, aunque es Kepler quien afina el lápiz y descubre que las órbitas son elípticas, y es Newton quien devela la fuerza que causa dicho movimiento (la gravedad), pero es Einstein quien vuelve las ecuaciones de Newton sólo un caso especial de una más amplia Teoría General de la Relatividad.

La ciencia es constante cambio, un cambio acumulativo, un cambio que aprieta cada vez más como un “ratchet” y nos acerca asintóticamente a percibir y entender la realidad. Nunca podrá la ciencia parecerse al misticismo y su aceptación ciega de verdades sagradas escritas en la roca del dogmatismo y protegidas por murallas de fe. La ciencia se ejerce desde la honestidad y humildad absolutas del intelecto humano. La respuesta "No sabemos!" es completamente válida y común, normalmente seguida por un esperanzador "todavía".

Seguramente la actitud científica apareció en el ser humano a la par de su capacidad de razonar. Muy probablemente hace cientos de miles de años cuando los clanes de seres humanos vagaban por la sabana africana llevando un cargamento de necesidades, sufrimientos, temores e ignorancia, fue fácil la aparición de explicaciones forzadas entre aquellos cerebros hambrientos de respuestas. Así, es muy probable que esos humanos hayan asignado entidades y “espíritus” en su cotidianidad. El sol no era el horno nuclear natural que hoy entendemos sino un dios que sobrevolaba diariamente sus dominios; el arcoíris debe haber sido el producto de una entidad benigna o de buen humor; los terremotos, en lugar de ser producto de un natural acomodamiento tectónico eran atribuidos a la ira de un dios que castigaba con ello a los seres humanos (ya nadie piensa eso ¿no es cierto? – mejor me doy contra la pared).

Esos primitivos seres humanos tal vez atribuyeron magia y misticismo hasta al comportamiento de los animales que cazaban para subsistir. Pero debe haber habido quienes observaban el comportamiento de las manadas y encontraban correlación con otros fenómenos de la naturaleza, como los ciclos climáticos, los depósitos de agua, los lugares de pasto, las épocas de apareamiento. Aprendieron a obtener mucha información del tipo de huella que esos animales dejaban a su paso. Se atuvieron a los hechos y ello comenzó a redituar.

Thales de Mileto (626-546 AC)
Pero el pensamiento científico formal, junto con su hermana (¿o madre?) la filosofía, tiene su cuna en la antigua Grecia, donde hace 2,500 años se enciende la chispa racional de la mano del gran Thales de Mileto y sus sucesores Jonios. Luego sobrevino la contraofensiva del misticismo conducida por Platón, Aristóteles et al, quienes explicaron el mundo en términos de poderes misteriosos más allá del alcance humano, hasta llegar al aparecimiento del monoteísmo, que con su gran capacidad de mezclarse con el poder político y expandirse a través de la espada, se convirtió en un excelente sofocador del pensamiento racional y del proceso científico mismo. Hubo entonces que esperar hasta hace tres siglos cuando el movimiento conocido como “iluminismo” comenzó por fin a ganar la partida para el pensamiento racional. Es mi opinión que el éxito relativo de esta nueva era iluminada por la razón se debió a que la ciencia comenzó a entregar sus frutos tangibles en términos de salud, energía, transporte, alimentación, bienestar, y hasta -¿por qué no decirlo?- armamentos. Entonces la ciencia parió a su hija, la tecnología, que terminó convirtiéndose en elemento seleccionador de reinos e imperios sobre otros que no se subieron a tiempo a su carruaje. Y entonces el uso de la razón terminó confeccionando lo que se ha dado en llamar Método Científico, estándar “sine qua non” para que cualquier esfuerzo investigativo pueda colgarse la etiqueta de ciencia, merced a su blindaje contra preconceptos, sesgos ideológicos y cualquier otra debilidad que podría contaminar la objetividad de los resultados.

Próxima entrada: El Método Científico.