Yo no moriría nunca por mis creencias porque puedo estar equivocado

- Bertrand Russell

miércoles, 25 de enero de 2012

El Dilema de Eutifrón. Y el porqué la brújula moral secular apunta firme hacia el norte


Sócrates metiendo en tremendo dilema a Eutifrón
“Si no existe un sistema de juicio y compensación después de la muerte, entonces ¿qué nos detiene para empezar a robar, matar, engañar, abusar, etc?”

Esa es una pregunta, probablemente retórica, que alguien a quien conozco desde hace tiempo me lanzó uno de estos días.  Esa es una pregunta a la que conozco también desde hace mucho tiempo. A veces se formula en términos más teísticos: “Si yo me enterara que Dios no existe, entonces yo estaría todo el día matando, robando, violando y abusando a los demás”.

Y como prometida fue una respuesta on line, entusiasta es el cumplimiento ante un supuesto “conundrum” que muy frecuentemente se nos lanza a los no creyentes.

Comienzo por decir que la interrogante es una frivolidad en el mejor de los casos, y una perversión en el peor. Estamos ante uno de esos asuntos en los que existe una generalizada aceptación de un espejismo, que se mantiene allí entre nuestras percepciones, más por déficit de escrutinio que por validez.

La frase es una aceptación, es una confesión, de que se es intrínsecamente inmoral y que el único arnés que nos impide dedicarnos a esparcir sufrimiento y abuso a otros seres, es el temor a un castigo o la ambición de un premio. ¿En serio?¿de verdad eso es lo que creen?!! El ser humano sería la peor especie que jamás haya aparecido sobre la faz de planeta alguno si eso fuera cierto. Yo quisiera creer que la mayoría de personas que esgrimen o dan este argumento como válido, lo hacen porque no le han puesto mucho pensamiento al mismo. Yo no creo que mi vecino me perdone la vida cada día sólo porque le tiene miedo a un castigo. Tampoco creo que la gente que ayuda a otros seres humanos lo haga a cambio de un pase al paraíso, si bien yo me sospecho que hay más generosos obligados que criminales restringidos.

Yo no creo que mi amiga me esté diciendo la verdad. Le conozco y he presenciado el aflore genuino de su compasión ante el sufrimiento ajeno y la espontánea ternura ante niños y cachorros (por traer un ejemplo). Le he visto conmoverse ante el infortunio ajeno e indignarse ante las injusticias.

- Mira, ahí dice "no matarás" - Y nosotros creíamos que esa era una buena idea!
Pero entonces ¿por qué la gente cree que somos sólo individuos y sociedades desprovistos de capacidad de evaluación moral, y por tanto sumamente necesitados de que dicha moral nos sea dictada desde arriba por un ser o sistema superior, bajo una explícita amenaza? Pues me aventuro  a pensar que son las religiones y sus efectivos métodos de lavado temprano de cerebro, las que así nos han enseñado a creer. La religión y su vieja estrategia: hacerte creer que eres un ser naturalmente malévolo, destinado al castigo eterno, pero que ellos y sólo ellos te pueden curar y salvar, a cambio de una módica cuota pecuniaria (que es lo de menos) y de una completa sumisión e hipoteca de tu intelecto (que es lo de más).

Además de que ser criminal no está en la naturaleza de la mayoría de seres humanos y es más bien una desviación patológica, existen poderosas razones completamente pragmáticas y seculares por las que los seres humanos preferimos la solidaridad y cooperación sobre la agresión y el conflicto. Nadie querrá vivir en una sociedad donde cada quién puede matar o robar impunemente, porque la oportunidad de ser víctima llegará más rápido que la de ser victimario. El resultado lógico y matemático de un sistema así es un solo superasesino sobreviviente, el cual morirá también devorado por una bestia, atacado por una enfermedad o con una pierna rota sin que haya nadie que le ayude en su desgracia.

Las sociedades primitivas deben haber tenido bien claro que con la cooperación, solidaridad y confianza mutua, todos ganaban. Si existió algún clan o tribu que por alguna razón cayó en una vorágine de violencia autodestructiva, ese grupo de personas desapareció sin dejar descendencia, por las razones apuntadas. Las tribus que sobrevivieron y transmitieron su genética, fueron precisamente aquellas que desarrollaron la cooperación necesaria para cazar animales físicamente superiores, para construir edificaciones, para cultivar la tierra. Sobrevivieron sólo aquellas sociedades que entendieron el valor de los ancianos como transmisores del conocimiento acumulado, y de los niños como la única oportunidad para dar continuidad al “cosmos” de cada tribu. Los clanes deben haber entendido el gran negocio existente en la cooperación.

Y resulta hasta incorrecto pensar que este proceso de incorporación de la cooperación como valor social es un fenómeno desarrollado por el homo sapiens. Basta mirar las especies gregarias, particularmente las más cercanas al linaje humano. Bonobos y chimpancés viven en sociedades altamente organizadas alrededor de la ayuda mutua, los primeros más dedicados al placer y los segundos un tanto más conflictivos, pero aún así con una dinámica social que en general favorece la subsistencia de la “tribu”, sin necesidad que una entidad superior les escriba en piedra la prohibición de matarse entre sí.

Seguramente hemos llegado al presente como especie, gracias a que fuimos desarrollando atributos que resultaron ser ventajosos para prosperar sobre la faz de la Tierra. Así como el bipedalismo libró nuestras manos y desarrolló nuestra inteligencia, el saber cooperar con nuestros semejantes fue también un elemento clave del éxito. Aquí es importante señalar un interesante detalle: ese tipo de cooperación y sentimientos de amor, lealtad y pertenencia siempre fueron un movimiento hacia dentro de cada grupo. Las tribus externas no fueron objetos de ese “amor al prójimo”. El exterminio y sometimiento de grupos externos siempre fue una característica del proceder tribal más primitivo y lo continuó siendo durante toda la historia mientras las tribus se convertían en ciudades estado, regiones y ahora han llegado a ser países. Puedes sentir ese tribalismo moderno cuando se te exige una visa para poner los pies en un territorio que no es el de la “tribu” en que naciste.

Al nacer la cultura en medio de las sociedades humanas, apareció también la estructura del poder y con ella la estructura religiosa como elementos cohesivos y coercitivos sociales. En un paso completamente justificado y hasta necesario hacia la civilización, las naturales tendencias hacia la cooperación y solidaridad entre seres que se necesitan, fueron transformadas en reglas, leyes, mandatos y mandamientos divinos, por el poder político y el poder religioso, usualmente bajo la amenaza de severos castigos. La reglamentación es justificada y necesaria debido a que siempre nacerán psicópatas y desviados a los que toda sociedad necesitará controlar.

Pero el tribalismo también encontró el modo de traducirse en mandatos de lealtad y compromiso de sacrificio hacia el rey, para protegerse de las tribus vecinas y también para atacar a esas tribus vecinas. El derecho civil y divino de cometer genocidio contra otros, despojarles de sus pertenencias y someterles a esclavitud fue ampliamente cohonestado por la ley y la religión – léase la Ilíada como ejemplo griego, o el Exodo, Números, Deuteronomio, Josué, como ejemplo hebreo. De pronto tenemos dioses que a la par de prohibir matar y robar, también ordenan el genocidio y saqueo de ciudades como Jericó, donde los bendecidos guerreros son enviados a no perdonar la vida tan siquiera de bebés y a tomar a las niñas como esclavas de por vida (lo que incluye violación permanente). 

Creemos que nos comportamos bien porque así se nos ha ordenado desde “arriba”. Creemos que de ese “arriba” sólo puede venir lo moralmente correcto, sin percatarnos que de esa misma fuente (que no es ningún “arriba” sino la colección de mitos de sociedades patriarcales del pasado) provienen los mandatos más inmorales que se hayan puesto por escrito. No nos damos cuenta que cuando reconocemos los lunares feos en los libros sagrados, hacemos excusas por ellos (“es que esos eran otros tiempos!”) y corremos a señalar las partes verdaderamente piadosas, lo que estamos haciendo es aplicar nuestra moralidad, obtenida en cualquier otro lugar, sobre el texto sagrado mismo.

¿Dónde está en realidad la base de nuestra moralidad?

Esa es una pregunta que ni por cerca me estoy inventando en este momento. Ya en el diálogo de Platón, titulado  “Eutifrón”, Sócrates le pregunta al personaje con ese nombre: “¿es el pío amado por los dioses porque es pío; o es pío porque es amado por los dioses?”. En otras palabras: “¿lo que es moralmente bueno es mandado por los dioses porque es moralmente bueno; o es moralmente bueno porque es mandado por los dioses?”. En otras palabras aún más sencillas: “¿es Dios un simple administrador de la moral, que proviene de una instancia por encima e independientemente de él; o es un dictador de la moral con la facultad de inventársela a capricho?”.

(Un esbozo del diálogo de Sócrates con Eutifrón puede ser leído aquí.)

Cuando pensamos que estamos desprovistos de brújula moral, y por tanto ésta debe dictársenos desde arriba, estamos ni más ni menos ante el Dilema de Eutifrón con todo y su real dicotomía. En la primera vertiente del dilema Dios ordena “no matar” y “no robar” porque esos son principios morales que se encuentran sobre sí mismo y son independientes de su propia conciencia o existencia, de modo que Dios elige ser moralmente correcto ordenando cosas moralmente correctas, o puede elegir ser inmoral. En la segundad vertiente, cualquier cosa que ordene Dios debe ser moral porqué él así lo ordena arbitrariamente. Dios pudo elegir ordenar “mataos y robaos los unos a los otros”, y eso sería completamente moral por definición; cualquiera que mostrase compasión sería una persona inmoral. 

El pastor de la iglesia de mi esposa se colgó de este segundo cuerno del dilema de Eutifrón, cuando una noche de estudio bíblico le lancé a quemarropa lo siguiente: “Imagina que eres un polaco no judío en plena segunda guerra mundial. En el sótano de la casa vecina se esconde una familia judía y tú lo sabes. Una tarde tocan a tu puerta, abres y es la Schutztaffel (SS) con un escuadrón de sturmtruppen, preguntándote si conoces de algún judío que pueda estar escondiéndose en las inmediaciones. ¿decidirías mentir para proteger la vida de los desafortunados judíos, o preferirías faltar al octavo mandamiento de “no mentirás”?”

¿Qué creen ustedes que el pastor me respondió? (se aceptan apuestas).

El flamante pastor que semana a semana se para delante de su rebaño a dar lecciones de moral le respondería al comandante nazi: “señor, en el sótano de esa casa de enfrente se esconde una familia judía ”, porque eso es lo que manda Dios y eso es lo que le agradaría que hicieramos. Menos mal que algunos cuantos miles de vidas fueron salvadas en esa y otras guerras, gracias a que hubo gente con una brújula moral muy superior a la del pastor que le da lecciones a mis hijos. A eso yo le llamo la Teología de la Idiotización, y la dejo como carnosa comida para un futuro post.

Yo por supuesto que me cuelgo del primer cuerno del Dilema de Eutifrón. Existe una moralidad objetiva, existen principios universales de lo que es correcto, independiente de la existencia de dioses o no. Y tengo que clarificar que en ningún momento estoy hablando de conceptos tan culturales y relativos como la “moralidad” sexual, puesto que es absurdo elevar a la categoría de moralidad lo que pertenece al campo de la biología y la psicología. Hablo de la moralidad que tiene que ver con no causar sufrimiento innecesario a otros seres, con respetarles el derecho a la vida, el derecho al producto de sus esfuerzos, el derecho a la libertad, a no ser abusado. Esos son conceptos de moralidad universal, que no están sujetos a interpretaciones culturales. Matar y robar debe también ser inmoral en una galaxia a 13 mil millones de años luz, puedes apostarlo.

Por tanto, no querida amiga, tu no saldrías a la calle a matar y a robar el día que sepas que no hay “premios y castigos”, que no hay celestiales tribunales impartidores de justicia. Este servidor y cientos de millones de no creyentes en el mundo estamos casi ausentes de las estadísticas de criminalidad. Cuando percibes esta vida como la única franja de conciencia que el universo te otorga, ella se vuelve demasiado valiosa como para gastarla en conflictos y odio; más vale entonces hacer de esta joya (la vida) lo más agradable posible, para ti y los demás.