Yo no moriría nunca por mis creencias porque puedo estar equivocado

- Bertrand Russell

miércoles, 7 de diciembre de 2011

La Apuesta de Pascal. O cómo jugar una ruleta de dos casillas.

 
Blaise Pascal. Gran matemático y filósofo del siglo XVII
Habrá sido hace unos 10 años. Ella era mi novia; o tal vez no. Quizás nunca lo fue. Fue una de esas extrañas relaciones en las que nunca sabes si estás parado más aquí o más allá de esa sutil línea que es el derecho de agarrar mano y compartir aliento. Todo inició con miradas furtivas en el elevador de la gran empresa donde trabajábamos. Me coqueteó tras sus pestañas; le respondí con mi mejor sonrisa tras mi corbata y mi soltería. Un par de salidas al café y otro par al cine, y las conversaciones se fueron abriendo paso entre los velos externos de cada personalidad. Luego de mil temas conversados:

-    ¿Católico o Evangélico? – Preguntó ella, en un país dividido 65%-35% sobre esa dicotomía.

-        Ni uno ni otro – Respondí yo.

-        Pero … creés en Dios ¿no? – Ella de nuevo buscando el punto en común, en un país donde esa pregunta raramente recibe como respuesta un “no”.

-         Pues … francamente … NO! – Decidí responder con sinceridad en el tiempo que esos puntos suspensivos duraron. Pensé que era mejor que ella supiera desde un inicio todo sobre mis convicciones o falta de ellas, en un país donde de todos modos la posición religiosa de las personas es algo bastante secundario.

-         ¡No te creo! – Se mostró sorprendida pero sonriente, tal vez imaginando que había encontrado una nueva mina de conversaciones y la posibilidad de conducirme con éxito por un Camino de Damasco  lleno de romance.

Y comenzó a darme un par de razones, de fácil contrargumentación, por las que yo debería cambiar de parecer. Pero, tal como dije, el asunto es bastante secundario en ese país y pronto llegaron nuevas olas de charla sobre temas más ligeros.

Días después, cuando la relación languidecía por razones completamente ajenas a la afiliación religiosa, recibí un curioso e-mail de entre los muchos que ella me enviaba. Era una presentación de Power Point, de esas que no sabes quien hace y se distribuyen viralmente por el correo electrónico (en esos tiempos pre-facebook). La presentación en sí desarrollaba un argumento apologético creado por un personaje a quien yo conocía por ser uno de los más grandes matemáticos de la historia. Un genio de la Teoría Probabilística, de la Matemática, de la Hidrodinámica e Hidrostática y en honor a quien se nombró a las unidades de presión en el Sistema Internacional y a uno de los mejores lenguajes de programación que haya existido. Hablo del gran Blaise Pascal, a quien le conocí sus fórmulas durante mis estudios de ingeniería, pero a quien no concebía como apologista.

Como ya tenía experiencia recibiendo ese tipo de correo en los que falsamente colocan en labios de hasta el mismísimo Albert Einstein, frases que lo hacen parecer como un creyente (y no lo era), con la intención de subirse a lomos de su prestigio intelectual, me lancé a la búsqueda on-line sobre Pascal y sus trabajos extracientíficos. Y encontré que esta apología sí era auténtica.

El argumento en cuestión, que es universalmente conocido (después averigüé) como La Apuesta de Pascal, me sorprendió por ser el primero (que yo encontraba) que usara estricto razonamiento probabilístico-matemático a favor de la creencia en Dios. Así es. No era otra de las trilladas y difusas  apelaciones a la emoción que sólo funcionan con los que ya creen, como “sentirlo en tu corazón” o “porque él es amor”. Tampoco era un pirueta de lógica como “mira las flores y los pajaritos … por tanto: Dios”. Esta vez el argumento no era una flecha al corazón, sino al cerebro.

La Apuesta de Pascal dice que te conviene creer en Dios, aún cuando la probabilidad de su existencia sea muy baja, porque la penalidad por no creer, es decir ir al infierno a ser torturado para siempre, es tan indeseable que es mejor apostarle a creer.

En boca del mismo Pascal: Si Dios no existe, entonces no ganas ni pierdes nada con ser creyente. En tal caso, sea que creas o no, tú solo mueres y ese es tu fin. Pero si escoges creer en Dios y estás en lo correcto, entonces el premio es infinito: Dicha eterna en el Cielo!. Ahora bien, si escogiste no creer y estás equivocado, entonces sufrirás tormento infinito en el infierno.

En resumen:
 
TABLA DE RESULTADOS
CREES EN DIOS
NO CREES EN DIOS
DIOS EN REALIDAD NO EXISTE
0 (no pasa nada)
0 (no pasa nada)
DIOS EN REALIDAD SI EXISTE
Positivo Infinito (Cielo)
Negativo Infinito (Infierno)

Según Pascal, puesto que las probabilidades de existencia de Dios son desconocidas, pero el esquema de premio/castigo es infinitamente a favor de creer en Dios, te conviene apostarle a creer, si bien sólo por si acaso. Esa sería la apuesta más segura y racional.

El correo detuvo en seco mi frenética y última revisión de correspondencia antes de ir a casa. En una primera andanada de pensamiento el argumento me sonó convincente. Pero había algo en lo que no cuadraba. Hoy me asombro de no haber podido detectar la falacia de la Apuesta de Pascal con la velocidad que me hubiese gustado alardear.

Bajé los cinco pisos que me separaban del nivel del suelo, caminé los 200 metros que me separaban de mi vehículo y recorrí los 12 km en tráfico pesado hasta mi casa, con la Apuesta de Pascal rebotándome de lado a lado en las paredes del cerebro. Antes de apagar el motor, lo tenía. Encontré la renquera del argumento … y sonreí.

Años después, ahora viviendo en mi nuevo país, donde la gente le otorga mucha importancia a la posición personal e íntima que cada quien tenga con respecto a las religiones (tanto que uno de los dos partidos políticos está completamente dominado por teócratas), me he encontrado con que la Apuesta de Pascal es un argumento bastante estándar esgrimido por los creyentes en sus discusiones con los no creyentes. Ello a pesar que ya Voltaire y Diderot se contaron entre los primeros en echar vinagre en los Corn Flakes de Pascal, con una crítica mordaz poco después de la publicación de la apuesta. Pero quién sabe porqué, el argumento es tan recurrente en las discusiones, sea conscientemente con su nombre y apellido, o inconscientemente, como cuando se le pregunta a un no-creyente: "¿qué te espera si estás equivocado?", que me veo compelido a apuntar a las flaquezas de la Apuesta de Pascal (Pascal´s Wager) en los siguientes párrafos.

La Apuesta de Pascal sufre de cuatro flaquezas. Tres menores y otra ciclópeamente mayor.

Primera Flaqueza Menor:

La Apuesta de Pascal es un acto de cinismo. Está forzando una creencia sólo porque le conviene en términos de resultados y no porque tenga una convicción o encuentre virtud en ello. Es por demás obvio que cuando Pascal habla de Dios, se está refiriendo a Yahvé, el Dios de la Biblia, quien posee el poder de leer mentes e intenciones (Lucas 16:15) y que es terriblemente celoso e intolerante (leer cualquier parte del Pentateuco). Dios sabrá entonces que lo que está haciendo Pascal (o cualquier seguidor) es una pura apuesta y no hay sinceridad en ello. Por tanto le toca infierno también a Blaise.


Segunda Flaqueza Menor:

El costo de creer es cero sólo en el caso que se posee la creencia a un nivel epistémico. Pero es  muy probable que la creencia te conduzca por un camino religioso sectario y fundamentalista. En tal caso, diezmos, mojigatería, aversión a la ciencia, odio a quienes tienen distinta orientación sexual, tribalismo, xenofobia, pisoteo de los derechos que otros tienen a pensar distinto, guerras de conquista y evangelización, destrucción de otras culturas, negación de adecuada educación y tratamiento médico a la propia familia, abuso psicológico de niños, misoginia, represión sexual, son sólo algunas muestras de los costos que a alguien (y a la sociedad) le puede ocasionar una creencia religiosa. Alguien podría también contrapesar en los beneficios que puede producir una afiliación religiosa, como sentido de pertenencia, realización, propósito, filantropía, etc. Pero todos ellos son beneficios no exclusivos de las religiones y que pueden ser, y son también alcanzados a través de afiliaciones completamente seculares.

Tercera Flaqueza Menor:

¿De dónde saca Pascal que el creer en algo (lo que sea) es una acción que depende de la voluntad? Digo, tú no decides si vas a creer en la existencia del Sr. Mxyzptlk en la quinta dimensión, o en que un enano irlandés tiene escondido un tesoro ahí donde nace el arco iris, o en el ratón Perez que le regala dinero a los niños a cambio de sus dientes. Crees algo o no lo crees, así de simple. Dependiendo de qué tan alta coloques la barra del escepticismo y los niveles de evidencia que te satisfagan. ¿O me equivoco?


Y para finalizar, el plato fuerte. (Fanfarrias y redobles de fondo)

Gran Flaqueza Mayor:

La Apuesta de Pascal es el arquetipo de la falacia lógica conocida como Falsa Dicotomía. En ella se asume falazmente que sólo existen dos posibilidades. O Chana o Juana, como decían en mi pueblo. O crees en Yahvé - el Dios de la Biblia - o no crees en él y sobre eso haces una apuesta.

El argumento de Pascal es un intento de introducir racionalidad a una creencia religiosa específica, y es allí donde comienza y termina su legitimidad. Si vamos a extender sobre la mesa razones matemáticas y probabilísticas en una apología, debemos ser consistentes en el rigor de raciocinio de la misma. El mundo no está dividido en sólo dos facciones en cuanto a fe se refiere. Pascal está siendo presa de lo que se conoce como etnocentrismo cultural, pues considera que sólo debe tomar en cuenta las creencias predominantes en la cultura en que nació y creció, despreciando totalmente todo lo que está en el rico mosaico externo.

Qué pasa si al final de cuentas son los musulmanes los que tienen la verdad? Aláh no estará para nada contento ni con Pascal, ni conmigo, ni con ningún cristiano; todos los infieles estaremos en el infierno mientras Osama Bin Laden goza de sus 72 vírgenes en el lujurioso paraíso islámico. O pensemos, qué pasa si quienes tienen la razón son los indúes? Pues que todos nosotros, Pascal, este servidor y cualquier otro que no haya meditado lo suficiente para mejorar su karma, reencarnará en gusano (Bin Laden tal vez reencarne en ácaro o a lo mejor en cacarañica). Y qué tal si son los Wiccans los que tienen la razón? O la iglesia cienciológica, o los mormones, o los sikhs, o los bahai, o los pastafarianos (?). Ninguna religión contemporánea puede ser excluida si se quiere hacer una apuesta válida.

Pero ahí no termina la cosa. No podemos excluir tampoco la posibilidad de que alguna religión del pasado sea “la verdadera”  y se encuentre pasando sólo por una edad oscura antes de resurgir en el futuro con su verdad redentora. Podría ser que al “otro lado de la muerte” nos encontremos con Baal, quien debe estar encabritadísimo especialmente con los seguidores de Yahvé, su viejo enemigo. Hay que asignar casillas en la apuesta también para los dioses del Olimpo; para Odín y Thor en Asgaard; para el persa Ahura Mazda y su hijo Mithra, nacido de una virgen en un pesebre durante el solsticio de invierno (suena familiar, no?); para Ra, Amun, Isis y el terrible Osiris; para Kukulkan y el resto del panteón maya … y un infinito etcétera por todas las religiones que antaño fueron consideradas por alguien como la realidad última.

Pero tampoco ahí podemos parar. Yahvé tardó 200,000 años para decidir que era hora de revelarse al homo sapiens como su dios (OK, para los fundamentalistas tardó sólo 4,000 años en revelarse a toda la humanidad, pero aún así dejó pasar tiempo) ¿Quién nos dice que el verdadero dios no está esperando sólo un par de siglos más para revelarse, y del cual no conocemos aún nada, del mismo modo que los aztecas e incas no podían tener ni remota idea del dios que les sería “compartido” por los conquistadores? Y ese dios, puesto que su revelación aún está en el futuro, podría tener cualquier atributo imaginable. Podría ser más severo que Yahvé; o podría ser amoroso de verdad y no estar interesado en sistemas de premio y castigo. Podrían parecerle ridículos y muy culturales los conceptos de salvación y condena, cielo e infierno. Podría ser completamente indiferente, o rebosante de buen humor, o ser un gran tirano. No sabemos, y no podemos excluir ninguna posibilidad.

También podría ser que Yahvé sí exista, pero que su carácter haya sido desfigurado por los seres humanos. A lo mejor es un bonachón que abrazará a todas sus criaturas con comprensión, reconociendo que todos fuimos seres desorientados por nuestras limitaciones cognitivas y mal guiados por milenios de patriarcados que inventaron religiones y escribieron libros sagrados. A lo mejor Yahvé está sólo haciendo un experimento con nosotros y le interesa ver en qué medida la humanidad cae rendida por el dogmatismo y cuánto le toma desarrollar la razón. A lo mejor premiará las mentes inquisitivas y libre pensantes y castigará las mentes apachurradas por el dogma religioso. O tal vez Yahvé es un niño en otra dimensión y este universo no es más que su proyecto escolar de ciencias. Todo es posible y hay que asignarle número en la ruleta de Pascal.
 
Cuando estemos seguros de considerar todas las posibilidades y tengamos lista una ruleta infinita, entonces podemos hablar de apuestas. De más está decir que mis fichas están ya ahí en la casilla verde con el número cero, como cero son sus presuposiciones, la casilla de la razón y el escepticismo. Pero si mañana mismo aparecen los Wiccans (por pensar un ejemplo) presentando evidencias contundentes e irrefutables sobre su Dios Cornudo y su Madre Diosa, con gusto repensaría mi apuesta. Lo mismo vale para cualquier otra religión.

Blaise Pascal seguirá teniendo el puesto que la historia le dio por los aportes que hizo a la ciencia cuando decidió practicar ciencia. Seguirá siendo también un ejemplo de cómo la búsqueda de la verdad debe partir con mesa limpia y sin preconceptos, de lo contrario hasta el más pintado “levanta la que no era”.