Yo no moriría nunca por mis creencias porque puedo estar equivocado

- Bertrand Russell

viernes, 12 de agosto de 2011

Y la Tierra volverá a ser plana

Lo recuerdo como si fuese ayer. Habíamos llegado al colegio más temprano de lo acostumbrado. El sol entró con nosotros a aquel salón y comenzamos a mover mesas y a improvisar nuestro escenario. Siete u ocho adolescentes frenéticamente corriendo, deslizando nuestros cuerpos en levitas de talla ajena y nuestros imberbes rostros en ridículas barbas de peluche. Alguien revisa la check list: candelabros -¡check!, sotana cortesía del padre Chicho para quien hará de Papa – ¡check!, biblias y libros negros - ¡check!, media pelota de plástico para la cabeza del Papa-¡check!, la calavera del esqueleto de un laboratorio obtenida en préstamo después de largos trámites y ruegos-¡check! Cada quien poniendo a punto su propio atuendo a la usanza de un siglo atrás. Una cadenita me cruzaba el costado pretendiendo pasar por leontina y una mala imitación de chistera caía de mi cabeza a cada paso. Más de algún compañero había llevado hasta monóculo.

El colegio era salesiano, la clase era Estudios Sociales y los nervios eran míos. Aquella representación teatral era una buena tajada de la calificación, pero lo bueno de ese tipo de evaluaciones era que puesto que estás haciendo ver tu trabajo en las propias narices del maestro y condiscípulos, ya tienes por lo menos de partida un siete ganado. Lo “malo” es que estás en franca competencia contra compañeros que adoran competir y, en caso de ganarte, te lo recordarán hasta el día de la graduación. Hoy estarán entre el público observando en qué te equivocas y qué ideas pueden mejorar.

El tema, … ah olvidaba mencionarlo. Uno cualquiera. Simular un debate entre científicos y teólogos en una época pasada. Un debate que, tal como habíamos aprendido en clase de Biología y en E. Sociales misma, había sido una papa caliente 100 años antes. La nueva teoría de la Evolución de las Especies por Selección Natural, lanzada como cubeta de hielo entre vestido y espalda de la mojigata sociedad victoriana, por un atrevido de nombre Charles Darwin. El debate era moderado ni más ni menos que por el Papa -en nuestro inocente libreto- quien al final hacía de juez y emitía un veredicto (creo recordar que se trataba de Pio XII, quien fue el que promulgó la encíclica Humani Generis, por lo que ahora realizo que estábamos cometiendo un tremendo anacronismo al vestirnos de levita, pero bueno…).
El hombre cuya brillante observación le dió sentido a la ciencia de la vida

Como dije, el tema era cualquiera. Una de esas historias del pasado en las que las ideas modernas debieron chocar contra dogmáticos paradigmas y estructuras de poder para abrirse paso. Pudo ser Cristóbal Colón tratando de convencer a cortesanos que la Tierra es esférica y por tanto podría llegar a oriente con su proa hacia occidente, o Galileo defendiendo el heliocentrismo ante sus inquisidores. Ese tipo de historias que aprendes de modo sencillo en las aulas en la parte introductoria de cada tema. Esas que no te llevan al detalle de explicar que ni Colón ni Galileo (y ni siquiera Darwin) fueron en realidad los primeros en hacer sus propuestas, pero que son suficientes para entender la historia del conocimiento humano.  Historias de un pasado ya superado (gulp!).

Mi papel era el de teólogo, moralista y defensor de las buenas, pías y santimoniosas tradiciones de la sociedad. Sosteniendo un libro negro que simulaba ser la Biblia, pero cuya real función era esconder un papel con mis líneas, al llegar mi intervención traté de mostrarme como el más cabeza dura e inflexible de los puritanos. Desde mi picosa y ya ensalivada barba, condenaba a esos inmorales científicos del otro panel por tratar de introducir ideas peligrosas en la juventud. Ellos a su turno explicaban con terminología científica los hallazgos, las razones y conclusiones de la nueva teoría. Mi amigo "Tribilín" hablaba solemnemente de australopitecos y fósiles mientras sobaba los arcos superciliares de la calavera que sostenía en la otra mano.

El Papa Pio XII (1876-1958)
Al final, el Papa declaraba ambas posiciones como válidas y decretaba un Non Overlapping Magisteria en el que la ciencia tiene su puesto como guía del intelecto humano y la religión el suyo como guía del espíritu, conductora de la moral y salvadora de almas. Nuestro Papa validaba la teoría de Darwin, declaraba el Génesis como “bella metáfora” y nos mandaba a todos a ……. ser buenos y ganarnos el cielo.

Y así transcurrió nuestra media hora, en medio de nervios, tartamudeos y la infaltable comedia no intencional (le dieron un candelazo al Papa y se le resbaló a Tribilín la calavera, que no paró de rodar hasta que llegó al fondo del salón).

Ronda de aplausos, buena calificación, pero…. no ganamos. Fueron otros sí, los del grupo del “che peluca”  quienes con trajes y barbas de mejor calidad, y -ahora lo acepto-  mejor actuación, consiguieron un nítido diez de calificación, el derecho a presentarse ante mil personas en la semana cultural y el apoyo y consejos del padre Ramiro, ex-estudiante de dramaturgia y actuación, quien a punto estuvo de auto incluirse en el elenco.

Y guardé la simpática experiencia en el saco de las pequeñas derrotas, ahí al ladito del de las pequeñas victorias (hey, en basket sí le ganaba al che peluca), donde los recuerdos envejecen con el llegar de otros nuevos y languidecen los que no le interesarán a nadie como tema de conversación.

Y eso fue lo más cerca que estuve de sentir pasión por un tema relacionado con la biología. Vaya asignatura aburrida que me parecía. Vaya con el memorizarse palabritas de más de diez letras. Qué dolor de mano tener que responder con párrafos y caligrafía durante las pruebas. Que mitocondria aquí, que citoplasma allá, que los dibujos de las células con sus tripitas adentro. No, lo mío era la fría rigidez de los números, afrontar aquellos retos que comenzaban con “dos trenes parten de dos ciudades a una distancia X, el primero a una velocidad V y el segundo a 1/3 de V …”, y como respuesta presentar una cifra con sus decimales y unidades, contra los que nadie puede argumentar cuando estoy en lo cierto, y a los que no puedo defender si estoy equivocado. Ya había en casa suficientes memorias prodigiosas y prolijidad entre los cuadernos de mis hermanas. Mis cálculos y fea letra se me antojaban masculinos y decidí entonces ser ingeniero.

Muchos años después de aquello, revisito esa anécdota por un detalle que nunca había considerado antes. Como inherente es la propensión del ser humano al conflicto, nuestras caricaturas teatrales tuvieron las suyas: ¿qué tanta seriedad debemos imprimir a la actuación? -preguntaba alguien- ¿porqué tan corto o tan largo el tiempo? -cuestionaba otro- ¿porqué no me permiten traer una calavera de verdad? -imploraba otro-. Hasta el padre Ramiro preguntaba ¿porqué actúan tan mal? Pero nunca nadie expresó dudas sobre la validez de la Teoría de la Evolución. Y ahí había compañeros de todas las tendencias ideológicas, desde ultra derechistas hasta ultra izquierdistas, desde curas hasta individuos completamente desinteresados en religión. La posición ideológica individual era completamente irrelevante a la percepción que se tenía sobre la ciencia. Haber escuchado a alguien expresar dudas con respecto a la evolución hubiese sido equivalente a oírle decir que la tierra es plana. Era precisamente de esa mentalidad de antaño que nos estábamos mofando. Una carcajada habría sido la respuesta.

Llevo ahora en la boca un sabor a desencanto. Asumimos siempre que el vector del tiempo te lleva hacia mejores situaciones en cualquier aspecto. Crees que la edad media y la mojigatería no regresarán. Y sin embargo pisas ahora otro país, mil veces más grande y desarrollado, la Roma de nuestro tiempo, pero donde uno de cada dos ciudadanos cree que la tierra es plana … eh, quiero decir, cree que la evolución es falsa. Y me equivoco a propósito en la frase anterior porque para mí tanto valdría que creyeran plano el planeta y cargado por cuatro tortugas. Y no es que el falso escepticismo provenga de una sana posición epistémica derivada de nuevas hipótesis propuestas, tal como funciona la ciencia; no, el sabotaje al conocimiento viene de la visión dogmática y cerrada en la interpretación de un libro declarado sagrado. Nos dicen “tu ciencia es inválida e inmoral porque contradice lo escrito en el libro: que la tierra tiene 6,000 años y fuimos hechos de barro y de una costilla”. Y luego declaran que seremos juzgados no por nuestros actos, como recuerdo que se nos decía antes y en otro lugar, sino por nuestras creencias: “las llamas del infierno esperan a quien no crea en la tierra de 6,000 años, en culebras parlanchinas y en que se pueden meter todas las especies del mundo en un barco”, “crean un absurdo y se ganarán el cielo”, porque a Dios le interesa que sus criaturas no piensen ni usen la razón sino que acepten la interpretación de unos pocos de sus autodeclarados mensajeros. “Cree lo que yo digo, coloca el diezmo en mi sombrero y vota por el candidato que ha prometido sustituir la evolución con Adán y Eva en el programa de ciencias!”. Y así el creacionismo ha sido empujado en las gargantas a punta de temor y terror, sabiendo que los pueblos temerosos entregan fácil la libertad y el poder absoluto a los oportunistas. Temor a los extranjeros, temor a los inmigrantes, temor a la piel de otro color, temor a otras religiones, temor a la no religión, temor a la razón, temor a la ciencia, temor a arder para siempre en las llamas del infierno, tal es el mensaje de cada domingo.

Y como monolítico es el temor y la posición de esa mitad de la población, dividida es la actitud de la otra mitad sana. Para cuántos lo citado no es problema y no vale la pena dedicar esfuerzos en educar gente ineducable. Lo que nos deja a unos pocos millones de quijotes en franca minoría con el viejo sueño de una sociedad iluminada. A favor tenemos el consenso unánime de la comunidad científica y los percentiles más educados de la población; una constitución secular y una Primera Enmienda que establece la separación de iglesia y estado. En contra tenemos verdaderos imperios billonarios trabajando intensamente en maleducar a la población y transmitir el virus de la ignorancia a través del indoctrinamiento infantil; en contra tenemos cada diezmo tax-free utilizado en propaganda y cada político que descubre que no debe demostrar capacidad administrativa para ganar elecciones, sino devoción religiosa y desdén por la ciencia.

Y entonces pluma en ristre y a leer, aunque sea para educar a mis hijos que ya empiezan a oír que la tierra es plana. ¿Leer qué? ¡pues biología! mi desdeñada rama del conocimiento para la que ahora robo tiempo de donde no hay, y cuyos libros comienzan a abrirse paso en mi librera con todo y sus dibujos y sus tripitas por fuera. A descubrir ahora la elegancia que me perdí. La solidez de una teoría científica de 150 años que no ha hecho más que confirmarse con el paso del tiempo y la llegada de nuevos descubrimientos. La más atacada entre todas las ramas de la ciencia.

Me pregunto qué pasaría en este país si un maestro de escuela pública intentara montar con sus estudiantes la misma presentación que con mis compañeros montamos en nuestro colegio católico hace tantos años. Habría protestas de estudiantes y padres de familia que pedirían hasta la destitución del maestro, o del director si éste osa defender a aquél. Habría también uno que otro padre de familia defendiendo al maestro. Imagino el escándalo mediático y la histeria de los pastores de las iglesias vecinas a la escuela. Ya tendré oportunidad de comentar sobre sonados casos concretos.

¿Qué le parece padre Ramiro? Y pensar que usted quería hacer el papel de Charles Darwin.

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