Yo no moriría nunca por mis creencias porque puedo estar equivocado

- Bertrand Russell

viernes, 29 de abril de 2011

El Método Científico

Paco se dispone a ver su programa favorito de TV. Se sienta en su sofá, toma el control remoto, oprime el botoncito rojo rotulado con la palabra “power”, y su televisor no enciende. Espera unos segundos, vuelve a oprimir con su brazo en distinto ángulo, pero sigue el aparato sin encender. Inmediatamente su cerebro comienza un proceso de racionalización con miras a entender y resolver el problema. Supongo que este es un escenario que se repite en el mundo millones de veces cada día y asumo que en la gran mayoría de veces los protagonistas salen airosos del episodio. Sin saberlo o notarlo utilizan lo que en las grandes ligas de la investigación se ha dado en llamar Método Científico.

El proceso es un sencillo algoritmo. Cuando el investigador identifica un fenómeno desconocido, debe proceder como a continuación:

  1. Definición del problema en forma de pregunta
  2. Recolección de datos y observaciones
  3. Formulación de hipótesis
  4. Experimentación y colección de datos sobre la hipótesis formulada
  5. Interpretación de datos y formulación de conclusiones
Así nuestro héroe cumple con el primer paso preguntándose “¿porqué no enciende mi TV aún cuando cumplo con todos los usuales movimientos y requisitos para que lo haga?”.

Inmediatamente procede a recolectar datos y observaciones (paso 2): “veamos si los LEDs (foquitos) rojos o verdes del control remoto y del televisor se encienden y apagan como lo usual”. “Oh! El del control remoto no enciende!”

Ahora avanza al importantísimo paso 3 formulando rápidamente una hipótesis: “Al control remoto le faltan las baterías”.  Atención! La hipótesis formulada debe poseer una importante característica: debe ser FALSABLE, es decir debe existir un camino empírico o experimental que, en caso de ser falsa, quede ello en evidencia. Paco ha formulado bien su hipótesis dándole falsabilidad. El caso contrario hubiese ocurrido si por ejemplo, Paco hubiese formulado la siguiente hipótesis: “Existe un duende invisible que va por el mundo haciendo travesuras temporales con los televisores a cambio de incrementar la fortuna de sus víctimas en otros aspectos. Esta vez me ha tocado a mí”. Como ven, no hay modo, no hay camino lógico ni experimental que pueda demostrar falsa una hipótesis tal. El televisor podría estar funcionando en el próximo minuto y Paco continuará creyendo que fue visitado por el susodicho duende. Ello podrá ser reconfortante para Paco, pero no es la verdad.

Pero continuemos con el Paco racional y su correcta hipótesis de la falta de baterías y vayamos al paso 4. En este caso nuestro amigo procede a la experimentación y colección de datos: gran experimento consistente en abrir el compartimiento de las baterías y observar si estas están en su lugar. Como este experimento puede ser repetido por cualquiera, cumple también con la característica básica del método científico de verificabilidad.

Con el paso 5, Paco interpreta los datos encontrados. Si no había baterías, entonces puede concluir que ello debe ser muy probablemente la causa del mal funcionamiento. Si las baterías están en su lugar, ya puede concluir que su hipótesis fue demostrada falsa y debe volver al paso 3 a formular una nueva hipótesis (tal vez que las baterías están descargadas).

Así, seamos nosotros resolviendo nuestros pequeños problemas cotidianos o Edwin Hubble descubriendo que el universo no es estático sino que se expande, el único camino que nos lleva a de verdad entender lo que sucede es el método científico.

Valga entonces subrayar sus principales preceptos:

Verificabilidad.
Cualquier experimento o prueba al que una hipótesis es sometida, debe poder ser reproducido por cualquier otro investigador en el mundo. No se vale decir “oh, mi experimento me da estos resultados a  mí porque solo yo sé cómo hacerlo con mi procedimiento secreto”.

Predictibilidad.
Todo cuerpo o área de investigación científica (teoría) debe permitirnos hacer predicciones sobre el comportamiento futuro del fenómeno bajo estudio.  

Falsabilidad.
Como se explicó arriba y redundo aquí por su importancia: si no hay un fácil modo de demostrar falsa la hipótesis formulada, ésta no puede ser científica. Por ejemplo, la Teoría de la Evolución y sus hipótesis podrían fácilmente ser demostradas falsas si, como el gran Biólogo John Haldane espetó ante el mundo, se encontrara fósiles de conejos entre las rocas precámbricas. Eso no ha sucedido, no hay mamíferos allí, sólo los moluscos y bacterias esperados. La teoría evolutiva se robustece, no sólo porque no haya sido mostrada falsa, sino porque de serlo sería tan fácil determinarlo.

Honestidad.
Todas las observaciones deben tomarse en consideración, no sólo las que confirman las hipótesis, sino especialmente las que no lo hacen. Los seres humanos tenemos una tremenda tendencia a sufrir de “confirmation bias” (sesgo confirmativo). Los resultados no esperados le están gritando al investigador que debe corregir el rumbo. Este debe atender la advertencia si quiere hacer buenos sus esfuerzos investigativos, de lo contrario otros lo harán por él.

Creo importante anticipar que una de las mayores “misconceptions” sobre la ciencia y los científicos es la que pinta a estos últimos como personajes que trabajan en solitario encerrados en un laboratorio. Eso es puro y llano estereotipo hollywoodense y de caricaturas (agrega pelo despeinado y sonoras carcajadas después de cada descubrimiento y la imagen estará completa). En realidad la investigación científica se realiza en grandes redes de trabajo compuestas por las mejores universidades del mundo e institutos públicos y privados creados con ese propósito. Los trabajos normalmente son compartidos entre ellos y publicados en “Peer Reviewed Journals” donde existe una competencia feroz de ideas. Los científicos se agrupan en posiciones en torno a hipótesis e ideas nuevas y se vuelven férreos críticos unos de otros. Es en este ambiente altamente competitivo donde sólo los trabajos que andan cerca de la realidad sobreviven y van directo al premio Nobel y otros reconocimientos. Las propuestas débiles no soportadas por el método científico no resistirán ni las primeras fases de este proceso de escrutinio.

martes, 26 de abril de 2011

Ciencia! ¿Y eso con qué se come?

Comentar en blogs y fórums de alto tráfico e incluso acechar en los mismos es una experiencia interesante. Ese intercambio de ideas podría parecerse a una mascarada global a la que cualquier persona del mundo puede entrar, con o sin rostro, con o sin nombre, donde a lo que se va es a emitir y recibir ideas, con la certeza de que cada quien que hable será escuchado. Ahí encuentras personas con puntos de vista muy parecidos al tuyo y personas con una diametralmente distinta visión del mundo. Cierto que no se puede cometer el error de juzgar la idiosincrasia de una población entera a partir de lo que sucede con una pequeña muestra autoseleccionada, pero hay pistas y tendencias que se pueden inferir a partir del intercambio extensivo de ideas.

Una de esas observaciones atañe uno de los ejes en los que gira este blog: la ciencia. Pude notar que aunque toda la gente cree saber lo que es ciencia, en realidad el porcentaje que efectivamente la entiende es ínfimo. La mayoría mantiene ideas erróneas plagadas de “misconceptions”.

Pero en toda justicia, debo decir que es completamente comprensible el porqué se va por la vida manteniendo conceptos erróneos sobre lo que la ciencia es. Usamos y disfrutamos intensivamente los productos de la ciencia sin detenernos a pensar cuál es el proceso que levantó desde el polvo de la ignorancia un determinado fenómeno natural y le convirtió en herramienta manipuladora de realidades. Yo mismo confieso haber padecido ignorancia al respecto (a lo mejor todavía la padezco). A pesar de haber obtenido ya un grado de ingeniería y otro de maestría, no recuerdo haber recibido una tan sola lección introductoria sobre las bases de la ciencia y su método. En nuestros laboratorios aplicábamos procedimientos que se apegaban al rigor científico, pero lo hacíamos como siguiendo una receta de cocina y sin estar del todo conscientes del trasfondo filosófico de la ciencia. ¿Habrá sido porque mi educación profesional la realicé en un país del tercer mundo? No lo creo. He conocido en los Estados Unidos a personas que ostentan un PhD en ingeniería o un MD (medicina) pero que manejan conceptos sobre la ciencia peores que los que yo haya nunca tenido.

He podido escuchar y leer frases como: “la ciencia es rígida, no está dispuesta a la innovación”, “los conocimientos científicos se mantienen por fe”, “la ciencia es un club de nerds que no ven más allá de lo convencionalmente establecido”, “esa no es más que una teoría”. Y hablando de “teoría” llama la atención el modo en que este término es confundido con el de “hipótesis” e incluso con “corazonada” o “suposición”. Pero ya dedicaré una completa entrada de blog a ese último y pervasivo error.

Primero veamos QUE ES la ciencia y como nació, antes de de darnos a la tarea de aclarar LO QUE NO ES.

De acuerdo a una típica entrada de diccionario, ciencia es el estudio sistemático de la estructura y comportamiento del mundo físico a través de la observación, medición, identificación, descripción, experimentación y construcción de teorías que expliquen esos fenómenos naturales.

En contraste con otros modos de “conocer” provenientes de mitología y misticismo, para que la explicación de un fenómeno califique como ciencia debe ésta ser testable empíricamente y atenerse exclusivamente a la descripción de lo objetivamente observado. La razón y los procesos lógicos son esenciales en esa indagación científica.

En ciencia sólo tiene cabida la realidad y sus hechos. Cualquier subjetivismo, preconcepto, sesgo ideológico o personal, debe quedar por fuera. Lo que se reporta es lo encontrado, aunque ello vaya en contra de los deseos del investigador.

En ciencia, los pasos de los pioneros pueden y deben ser reproducidos por cualquiera. Los resultados de quienes antecedieron las investigaciones pueden ser siempre sometidos a nuevas revisiones a medida se dispone de nuevas tecnologías y datos.

En ciencia NUNCA se considera haber alcanzado la verdad absoluta. Todas las explicaciones y teorías llevan un carácter de provisionalidad y perfectibilidad. Copérnico es correcto en su teoría heliocéntrica, pero Galileo observa y describe el movimiento de los cuerpos en derredor del sol, aunque es Kepler quien afina el lápiz y descubre que las órbitas son elípticas, y es Newton quien devela la fuerza que causa dicho movimiento (la gravedad), pero es Einstein quien vuelve las ecuaciones de Newton sólo un caso especial de una más amplia Teoría General de la Relatividad.

La ciencia es constante cambio, un cambio acumulativo, un cambio que aprieta cada vez más como un “ratchet” y nos acerca asintóticamente a percibir y entender la realidad. Nunca podrá la ciencia parecerse al misticismo y su aceptación ciega de verdades sagradas escritas en la roca del dogmatismo y protegidas por murallas de fe. La ciencia se ejerce desde la honestidad y humildad absolutas del intelecto humano. La respuesta "No sabemos!" es completamente válida y común, normalmente seguida por un esperanzador "todavía".

Seguramente la actitud científica apareció en el ser humano a la par de su capacidad de razonar. Muy probablemente hace cientos de miles de años cuando los clanes de seres humanos vagaban por la sabana africana llevando un cargamento de necesidades, sufrimientos, temores e ignorancia, fue fácil la aparición de explicaciones forzadas entre aquellos cerebros hambrientos de respuestas. Así, es muy probable que esos humanos hayan asignado entidades y “espíritus” en su cotidianidad. El sol no era el horno nuclear natural que hoy entendemos sino un dios que sobrevolaba diariamente sus dominios; el arcoíris debe haber sido el producto de una entidad benigna o de buen humor; los terremotos, en lugar de ser producto de un natural acomodamiento tectónico eran atribuidos a la ira de un dios que castigaba con ello a los seres humanos (ya nadie piensa eso ¿no es cierto? – mejor me doy contra la pared).

Esos primitivos seres humanos tal vez atribuyeron magia y misticismo hasta al comportamiento de los animales que cazaban para subsistir. Pero debe haber habido quienes observaban el comportamiento de las manadas y encontraban correlación con otros fenómenos de la naturaleza, como los ciclos climáticos, los depósitos de agua, los lugares de pasto, las épocas de apareamiento. Aprendieron a obtener mucha información del tipo de huella que esos animales dejaban a su paso. Se atuvieron a los hechos y ello comenzó a redituar.

Thales de Mileto (626-546 AC)
Pero el pensamiento científico formal, junto con su hermana (¿o madre?) la filosofía, tiene su cuna en la antigua Grecia, donde hace 2,500 años se enciende la chispa racional de la mano del gran Thales de Mileto y sus sucesores Jonios. Luego sobrevino la contraofensiva del misticismo conducida por Platón, Aristóteles et al, quienes explicaron el mundo en términos de poderes misteriosos más allá del alcance humano, hasta llegar al aparecimiento del monoteísmo, que con su gran capacidad de mezclarse con el poder político y expandirse a través de la espada, se convirtió en un excelente sofocador del pensamiento racional y del proceso científico mismo. Hubo entonces que esperar hasta hace tres siglos cuando el movimiento conocido como “iluminismo” comenzó por fin a ganar la partida para el pensamiento racional. Es mi opinión que el éxito relativo de esta nueva era iluminada por la razón se debió a que la ciencia comenzó a entregar sus frutos tangibles en términos de salud, energía, transporte, alimentación, bienestar, y hasta -¿por qué no decirlo?- armamentos. Entonces la ciencia parió a su hija, la tecnología, que terminó convirtiéndose en elemento seleccionador de reinos e imperios sobre otros que no se subieron a tiempo a su carruaje. Y entonces el uso de la razón terminó confeccionando lo que se ha dado en llamar Método Científico, estándar “sine qua non” para que cualquier esfuerzo investigativo pueda colgarse la etiqueta de ciencia, merced a su blindaje contra preconceptos, sesgos ideológicos y cualquier otra debilidad que podría contaminar la objetividad de los resultados.

Próxima entrada: El Método Científico.

jueves, 17 de marzo de 2011

Lo que no me atreví a preguntarle al Padre Juan. Salvación y Condena

El Padre Juan era un español de gran porte que hablaba como los vaqueros y piratas en las películas de TV (“sois unos granujas y pagareis por ello”). Era más bien simpático y su túnica franciscana le confería un aire medioeval, además de brindarle un instrumento disciplinario de uso inmediato, portátil y a la mano: la blanca Cuerda de San Francisco. Como expresé en otra ocasión, el padre delegaba las clases de catecismo en doña Isolina y sólo se asomaba para supervisar y hacernos algunas preguntas de control. Tanto la cuerda de San Francisco como la vara de doña “Cholina” tenían un poder disuasivo tal, que no sólo me esforzaba por contestar bien sino que sabía que debía guardarme sólo para mí la tonelada de preguntas que habían surgido en mi espinuda cabeza a lo largo de las lecciones.

Pero vaya que me habría gustado saber formular preguntas, vencer mi timidez y hablarle así:

OK, padre, ya me aprendí de memoria que Cristo es Dios que se hizo hombre para venir a ser sacrificado en la tierra y de este modo salvar a la humanidad de sus pecados y de la condenación. Si usted me permite, yo no le encuentro mucha lógica al asunto.

La heroica historia del soldado que se arroja sobre la granada para salvar a sus compañeros tiene lógica. Su cuerpo se interpone en la trayectoria de las esquirlas antes que alcancen a los demás. ¿Cómo conecto entonces la tortura y ejecución de un ser humano o dios con el perdón de pecados o la “salvación” de la humanidad? ¿Cuál es el camino lógico de causalidad?

¿Por qué es necesario para un dios proceder de esa forma bárbara para perdonar pecados? ¿No hubiese sido mejor llenar el firmamento de arco iris y estrellas fugaces como señal más alegre y civilizada? ¿No pudo ser por decreto?

Ese procedimiento para perdonar pecados y redimir humanidades ¿es autoimpuesto por Dios a sí mismo o es una imposición externa a su voluntad?

Si la primera opción es el caso ¿podemos entonces decir que Dios se encarna a sí mismo para sacrificarse a sí mismo ante sí mismo, para aplacarse a sí mismo su misma cólera por sus mismos errores de diseño en sus mismas criaturas y así salvarlas de sí mismo?

La inconsistencia lógica le rebalsa por todos lados al asunto.

Si la segunda opción es el caso ¿quién es más poderoso que Dios para imponerle condiciones? Supongamos que ese alguien es el famoso Satanás, quien por alguna razón se encuentra en una posición de ventaja sobre Dios a quién le ha anulado el poder de fulminarle con un chasquido de dedos. Puedo entonces imaginar una mesa de negociación donde el diablo le dice a Dios: “Mira, yo te devuelvo el control sobre tus criaturas si te conviertes en uno de ellos y te dejas crucificar por ellos” ¿Qué gana el diablo con eso? ¿Qué clase de estúpida propuesta es esa? Entonces el diablo entregó algo muy preciado por sí mismo y por Dios (el control sobre la humanidad) ¿a cambio de qué? ¿de un espectáculo sangriento que no duró más de algunas horas? 

Hey don Satanás ¿Qué tal si le hubieras pedido la mitad del universo? o mejor aún que te creara un universo nuevo solo para vos. Ceder poder a cambio de una crucifixión le provocaría lástima al más principiante de los negociadores.

¿A qué está condenada la humanidad? ¿Por qué está condenada la humanidad? ¿De qué condena me salva Dios hecho Cristo dos mil años antes que yo nazca? ¿Del infierno? ¿De ese lugar de eterna tortura? ¿No es un castigo un poco desmedido por lo que se haga o se deje de hacer en 70 años de paso por la tierra? ¿No es que, además de desmedido, es azaroso? porque si nazco en el seno de una familia suiza, a la vez que la vida será bastante fácil, tendré poquísimas probabilidades de ser malo, pero si nazco en La Campanera1, además de conocer la miseria y privaciones desde bebé, también rápido llegarán a mis manos las cuchillas, pistolas y las oportunidades de esparcir sufrimiento.

Pero resulta que Cristo no me salva de nada con su sacrificio. Siempre estoy condenado. Siempre dependo de portarme bien o no (versión católica). Siempre dependo de “creer” o no (versión evangélica). Siendo esta la contradicción más grande de toda esta historia: “Te salvó … pero no te salvó”, dice el pastor los domingos, “Portate bien, creé en lo que yo te diga, votá por quien yo digo y sé puntual con el diezmo! de lo contrario, no hay redención en la cruz que te valga”.

OK padre, también me aprendí que en el principio Dios estaba solo en la nada y decide crear un universo con seres que le harán compañía. El plan es simple: esos seres son creados en un mundo completamente material, se les inyecta un alma al nacer, viven unas cuantas décadas y al morir, esas almas se van a un paraíso hedonista bajo una dictadura celestial (según algunas personas que conozco, todo lo que iremos a hacer en el cielo es a alabar a Dios, lo que es muy revelador sobre el autoestima de esas personas y sobre las características de reyecito de tercera que le atribuyen a éste). Bien, de acuerdo a la historia, algo le salió mal a Dios. El producto le salió defectuoso, le salió desobediente. ¿Cómo? ¿el “blue print” decía que tenía que ser obediente, pero no salió así? ¿es eso motivo de gran ira para quien puede cambiar cualquier cosa en cualquier momento, incluso retrocediendo el tiempo? (es omnipotente ¿recuerdan?) ¿Por qué la sorpresa si EL ya sabía que eso iba a pasar? (es omnisciente, ¿recuerdan?) ¿Es suficiente motivo para condenar a generaciones y generaciones de inocentes por venir?

Y allí tenemos al ser más poderoso del universo, capaz  de crear materia y energía en riguroso balance a partir de simples partículas relacionadas bajo fuerzas nucleares, electromagnéticas y gravitacionales, que se constituyen en bloques básicos de todo un cosmos matemáticamente complejo pero consistente en su física .… emproblemado y airado porque sus criaturas vivientes fallaron UNA prueba de obediencia. Hasta los entrenadores de perros saben que la obediencia no es un atributo innato, cuesta trabajo enseñarla.  La solución fue completamente genial: echémosle la culpa y la responsabilidad al producto y no al productor. A los seres que salgan defectuosos, castiguémoslos con una eternidad de sufrimiento!!!
     
      A propósito de Infierno, la sola idea de crear un lugar semejante me parece perversa e inmoral ¿porqué mi moral está por encima de la de mi creador? 
      
      Es omnisciente, recuerdan? El ya sabía que eso iba a pasar. ¿No hubiera sido mejor no crear nada? Porque al menos antes en LA NADA no había sufrimiento. Ahora la inmensa mayoría de almas que son creadas están destinadas al sufrimiento eterno. Se estima que a la fecha han vivido sobre la tierra más de 115 mil millones de seres humanos y nacen 75 millones más cada año. De esos sólo una pequeña minoría se salvará. El 99.9% de la humanidad estará en el infierno para una eternidad, de acuerdo a este cuento, por cualquiera de las siguientes razones: 

             -  Nacieron y vivieron antes de Cristo.
      - Nacieron y vivieron en otras culturas que no estuvieron en la ruta de expansión del cristianismo.
      - Nacieron en La Campanera o lugares similares, como expuse arriba.
     - No creyeron (porque parte del jueguito es entregarle un confuso documento a unos pastores de la edad de bronce, con historias inverosímiles, no dejar evidencias y castigar el pensamiento crítico y racional).
      - Escribieron entradas de blog como ésta.

¿O es que la realidad del cosmos es mucho más simple y racional? …. ¿Padre Juan?
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1: La Campanera es un barrio en El Salvador, famoso por estar bajo el dominio de las maras o pandillas juveniles más peligrosas que se conozcan. No todo El Salvador es así, en ese país hay lugares de ensueño, pero en las delimitadas zonas donde las maras dominan, existe glorificación de la violencia y un apabullante desprecio por la vida.

martes, 15 de marzo de 2011

¿Quién se ha llevado mi siglo?

Galileo juzgado por contradecir la "Palabra de Dios"
Tuve la inmensa fortuna de tener un padre que además de proveer comida, proveía a mis tres hermanas y a mí con libros también. Esa fortuna era comparable a la de tener una madre que contaba los cuentos de memoria y utilizaba esos libros para maravillarnos con ciencia e historia. Así fui perdiendo la afición a los tres cochinitos y la fui ganando por la reacción nuclear en el interior del Sol, el radio-decaimiento del carbono, la batalla de las Termópilas,  Pompeya y Herculano, Galileo Galilei. Y con Galileo apareció una historia paralela que me pareció increíble: resulta que en un pasado que me parecía muy lejano, hubo personas capaces de llevar a juicio, encarcelar, torturar y ejecutar científicos y pensadores cuando sus descubrimientos contradecían lo establecido en “sagradas escrituras”. Eso me pareció en su momento difícil de entender y creer. 

- Pero eso fue hace muchos siglos – me explicaba mi madre.
- Ahora la iglesia ya rectificó y hasta son ellos los que enseñan todas las ramas de la ciencia. Por fin entendieron que lo que está escrito en la Biblia son metáforas de buena intención.

Recuerdo entonces haberme sentido aliviado y afortunado de haber nacido en una época en la que semejante ridiculez estuviese ya superada.

Luego en la gran ciudad, cuando llegó la hora de estudiar ciencias naturales y pasear los ojos por las ilustradas enciclopedias, hacíamos a un lado lo aprendido en Los Picapiedras y encontrábamos al hombre de Neandertal, al de Cromagnon, al de Pekín, al Australopiteco; las eras paleozoica, mesozoica, cenozoica y los millones de años transcurridos.

Independientemente de que nos gustara estudiar aquello o no, la ciencia se nos antojaba consistente. Nunca, en el jamás de los jamases, se nos cruzaba una reacción de origen religioso a lo que estábamos aprendiendo. Y es que tampoco a los adultos se les ocurría cruzárnosla. Estudiar la Evolución de las Especies por Selección Natural no tenía más carga emocional que estudiar los logaritmos. Por supuesto nos topábamos de nuevo con esas historias sobre la oposición que la iglesia de otros siglos presentó hacia los avances de la ciencia. Sabíamos de lo mal que se la pasaron Galileo, Giordano Bruno y el mismo Charles Darwin. Sabíamos también que en el presente la reconciliación ciencia-iglesia había llegado.

Y todo ello me llevó de nuevo a sentirme feliz, contento, satisfecho, aliviado de haber nacido en el siglo XX. Pensaba siempre con sentido extrapolante: si en el siglo XVI quemaron vivo a Bruno y le taparon la boca a Galileo, y en el siglo XIX se encolerizaron con Darwin, pero en el siglo XX todo quedó atrás y la ciencia domina … ¿Cómo no será el siglo XXI? Razonaba con alegría. Para colmar mi júbilo, los mismos curas enseñaban las ciencias sin mezclar religión en las mismas. Para eso existía la clase de “religión” como asignatura separada, donde estudiabas una versión “light” del Nuevo Testamento, limitada a las parábolas de los evangelios e ignorando el Apocalipsis y el Antiguo Testamento en su totalidad. Color de rosa ¿no?

La vida me llevaría después a Italia, donde descubriría el mismo “mindset” social, y hasta un tanto más liberal. Y fue allí donde mis extrapolaciones volvieron a engañarme: desarrollo económico y liberalismo social parecían correlacionados. Desde mi pueblecito hasta la séptima potencia mundial, la tendencia no había hecho más que confirmarse. ¿Cómo sería la situación en la primera potencia del mundo? Ah, iluso de mí al creer saber la respuesta.

Hollywood y las visas negadas no fueron de gran ayuda. Cuando en una época pre-internet  no has viajado a los USA porque tu juventud y soltería te convierte en potencial migrante, la única ventana que tienes a este país son las películas, y de allí no obtienes más que información imprecisa y estereotípica.

Derecha Americana = Religión + Jingoísmo
El siglo XXI ya rodó una década y mi nuevo país está dejando de ser la primera potencia científica, tecnológica y económica que una vez fue. Eso sí, continúa siendo la primera potencia militar y hasta eso es sintomático de su enfermedad. Mi nuevo país le debe en parte ese favor a que el 44% de su población profesa literalismo bíblico y eso incluye creer que Adán y Eva fueron personas reales que se la pasaban charlando con una culebra en el paraíso; creer que el planeta en que vivimos tiene sólo 6,000 años de edad y fue creado por magia en 6 días; creer en el geológicamente imposible diluvio de Noé; creer que en algún momento en sus vidas van a ser raptados hacia el cielo dejando atrás sólo su ropa “in situ” al lado de los que serán condenados. Mi nuevo país es este donde los políticos de un lado prometen, para ser electos, sustituir en las escuelas la enseñanza de la evolución y otras ciencias con creacionismo bíblico; es el país donde esos políticos resultan electos gracias a que las iglesias son centros de proselitismo conservador; es el país donde a los niños se les enseña los domingos en esas iglesias a agredir verbalmente a sus maestros de biología cuando mencionen aquella palabra que principia con “E”; el país cuya lista de casos legales contra los intentos de introducir creacionismo en clase de ciencia es ya larga; el país cuya calentura anticomunista de los años cincuentas le hizo cambiar su “E Pluribus Unum” por “In God We Trust” en su moneda, a pesar que la primera enmienda de su constitución establece la separación de iglesia y estado; el país donde gente de toda edad y género literalmente "habla" con Dios, quien siempre parece tener las mismas opiniones que sus interlocutores; el país escogido por Dios como su favorito para agotar los recursos naturales del planeta porque de todos modos “la segunda venida está cerca”; el país escogido también para castigar a las naciones infieles; el país al que se le ha conferido el poder nuclear suficiente para darle una manita al Armagedón; el país cuya religiosidad es directamente proporcional a sus niveles de criminalidad, maternidad adolescente, población carcelaria, inseguridad social, marginación de minorías, falta de salud pública, gente sin hogar. El país de mis hijos, el país al que amo a pesar que cae cada vez más en manos de gente que parece traída del siglo XIV.
Indoctrinamiento infantil a niveles inconcebibles

Es la profunda convicción de quien esto escribe que cada ser humano tiene soberano derecho de creer en lo que quiera y también de no creer en lo que no pueda. Que ese es un derecho que no debe ni puede ser negado bajo ninguna circunstancia. Pero también que esas creencias deben ejercerse en la esfera de lo personal, nunca ser impuestas a quienes tienen otros puntos de vista. Eso no es lo que está ocurriendo aquí. 

El Senado y la Casa de Representantes están ya infestados de locos y fanáticos religiosos dispuestos a imponer su ignorante y dogmática visión a todos los demás. Hasta hemos ya tenido presidentes pertenecientes a ese club, quienes han llevado al mundo a este callejón sin salida. Porque tú no tienes que ser un intelectual para ser electo, tú puedes darte el lujo de ser racista, xenofóbico, misoginista o monumentalmente ignorante y aún ganar la silla. Lo único que necesitas decir es “I love Jesus” y un buen porcentaje de la población caerá a tus pies con sus votos. La competencia política ya no se juega en el campo de la aptitud, desempeño o capacidad de gobernar. Si aquel Adolfo resucitara en este país, no le sería muy difícil adivinar lo que tiene que decir para volver a ser electo.
Cuando fingir rinde astronómicos réditos

Las consecuencias de esta situación la estamos pagando todos en este planeta. Debido a ella, alguien está muriendo en este momento, más de una especie se está extinguiendo, varios glaciares derritiéndose, museos y bibliotecas se están cerrando, y muchos lugares languideciendo en subdesarrollo.

Y aquí estoy con un palmo de narices en el esperado siglo XXI, llamado a ser el siglo del pleno predominio de la razón sobre la superstición. Aquí estoy teniendo el sabor de boca de haber retrocedido al menos  7 centurias y luchando para convencerme a mí mismo de que no nos estamos deslizando hacia una nueva Edad Media, en la que esta vez los señores feudales dispondrán de armas nucleares en lugar de espadas.

Entonces es claro ya el porqué el tema “Religión” dejó de ser para mí una de las 5x1020 cosas que me resbalaban sobre la piel, y el porqué pienso que el rescate del pensamiento racional y crítico puede significar la diferencia entre más civilización o ninguna. Ya no sueño con las maravillas que traería el siglo XXI. Ahora me conformaría con regresar a los niveles del anterior.

Gracias papá, gracias mamá. Ahora me toca hacer lo que pueda para que mis hijos no tengan nunca que decir “eppur si muove”.

viernes, 11 de marzo de 2011

La Religión en los tiempos de Pablo VI

Era un pueblecito pequeño en un país pequeño de la cintura del continente. Ahí, entre las montañas, en un ambiente cultural con historias tremendas que no llegaron jamás a las plumas novelistas, entre el contraste de la cal y las maderas de oscura sombra, en la brisa alegre y sol benigno, me pasó la infancia ante los ojos. Ahí, en un siglo ya viejo, se podía oler aún el anterior. Cocinas de leña, braza y tile, pero bulliciosos radios y televisores; gallinas en los patios, pero enciclopedias en las salas; producción cafetalera a tiro de músculo y buey, pero diversión motorizada de los privilegiados; campesinos de sombrero, caballo y tecomate, pero juventud de rock pesado y aspiraciones hippies.
  
Son muchas las oportunidades de análisis que aquel interesante conglomerado de personas ofrecía, pero me interesa sólo una de ellas en esta ocasión para desarrollar mi caso: su religión descafeinada.

Todo mundo en el pueblo decía ser católico, lo que en verdad no sorprende, pues para marcar esa casilla en un formulario, sólo bastaba con ser bautizado. Ni siquiera era necesario cumplir con el resto de mandatos de la iglesia. Las efemérides católicas como Semana Santa, las fiestas patronales y otras, eran en realidad manifestaciones culturales que se celebraban por tradición y no necesariamente por convicción.

Una aburrida campana llamaba a misa tres veces al día, más por costumbre que por esperanza. Pero, por una razón que me resultaba obvia, la mayoría de la gente evitaba la misa sin admitirlo y hasta llegaron a hacer circular la frase “ese está en todo menos en misa”, que describe aquello a cabalidad. Nunca se pusieron ni por cerca a pensar en los dogmas y asuntos filosófico-teológicos de la iglesia misma. Era como si pensaran que aquel era el trabajo del cura, que ya alguien para eso le pagaba, para que así la gente pudiera seguir con su cotidianidad de granos básicos, animales de granja, chismes y chistes de curas.

Sobre mi realidad de niño enrolado en la escuela católica pesaba la obligación de asistir los domingos a la misa de las ocho, so pena de dos horas de “plantón” bajo el sol del mediodía durante todos los días de la siguiente semana. Lo increíble no era que algunos niños prefirieran el castigo, sino que otros nos la habíamos arreglado para soportar la hora del tedio y aburrimiento más espeso imaginable.

      Con camisa planchada, corbata, y mareado por ese humito de iglesia que no era incienso, mi imaginación de infante se liberaba de los “hubisteis” y “debierais” de aquella profunda y aletargada voz española. Más de alguna vez fue la palabra “epístola” mi boleto a la fantasía de vaqueros o detectives. 

       -  De qué se trató la misa?   - preguntaba mi abuelo.      
       -  Algo como de pistolas    -  respondía escabulléndome a velocidad cercana a la de la luz.

Por alguna misteriosa razón psicológica, antropológica o cultural que aún no desenredo, había una tajada demográfica de aquel pueblo que asistía a las misas por propia motivación: mujeres maduras, predominantemente solteronas. No digo con esto que todas las viejitas del pueblo fueren cucarachas de iglesia ni que todas las cucarachas de iglesia tuviesen sus buenas primaveras encima, pero esa era la tendencia objetivamente observable.

Orar era un verbo inexistente. De lo que se hablaba era de rezar, y todos habíamos aprendido cada palabra del “Padre Nuestro” y el “Ave María”, y así los repetíamos de memoria mientras nos tratábamos de despegar la hostia del paladar. Eran rezos que se decían como mantras y nunca nadie reparaba en lo que estaban articulando. Nadie se preguntaba qué significaba la palabra “ave”, por ejemplo. Antes de curiosear el latín creo haber asociado el vocablo con las alas y plumas que más de algún acompañante de la “madonna” ostentaba en la iconografía.

Aparte de la misa y situaciones angustiosas no necesitabas rezar. Todo mundo tenía una abuela o madre que lo hacía en su lugar. Rezar y echar bendiciones picoteando el pecho de sus hijos y nietos con las manos era parte de las numerosas funciones de las abnegadas mujeres mayores. Los jóvenes cedían de buen agrado esa tarea. La reputación de los hombres, permanentemente en vilo y necesidad de reafirmación, también dependía de ser receptor y no emisor de bendiciones.

Para los niños se llegaba siempre el momento de la primera comunión. Pero para ganarse aquel día de estreno, regalos, fotos y atenciones, debían pasar por las terribles clases de catecismo. Tan terribles, que ni siquiera el cura se involucraba mucho. El trabajo era cedido a una de las viejecitas devotas, quien nos hablaba con regla en mano sobre Adán y Eva, el infierno y sus llamas, el purgatorio y sobre gemir y llorar en valles de lágrimas.  Ahora pienso que de no ser por la cultura picaresca y chusca predominante, mi salud mental se habría visto comprometida. Resulta que nunca faltaba el par de niños atrevidos que constantemente murmuraban los abundantes chistes sobre adanes, evas, diablos, infiernos, san pedros y purgas. De modo que entre chistes, carcajadas, reglazos y bilis de la “niña” Isolina, el asunto se volvía más soportable.
 
En el consciente colectivo sí existía, sin embargo, el concepto de pecado, pero no todo calificaba para tanto. Mentir y robar no eran más que travesuras, la blasfemia era tan inexistente que hasta contábamos chistes de Cristo, y calumniar era más bien el pasatiempo predilecto de aquel pueblo chico. No, al parecer lo único que calificaba para pecado era … eso … sí, esa llamativa palabra de cuatro letras: s-e-x-o.

Las viejecitas de iglesia parecían ser, no sólo las más interesadas en aquel monocromático concepto de pecado, sino parecían también ser las únicas personas auténticamente interesadas en religión. Su erudición al respecto les hacía conocer de misterios gozosos, dolorosos y gloriosos. Eran las únicas capaces de rezar rosarios.

¿Y por qué traigo a cuenta todo esto?

Porque creo percibir que desde los años setenta hacia acá ha existido un movimiento hacia el fundamentalismo religioso en el mundo entero, no sólo en las sociedades islámicas (de las cuales hablaré más adelante). Ahora ya se escucha jóvenes y hasta niños hablando en un lenguaje que antes era exclusivo de viejecitas de iglesia. ¿Me molesta esto “per se”? Por supuesto que no. Si dicho fenómeno estuviera acompañado por un movimiento hacia sociedades más justas, éticas, seguras e iluminadas, yo sería el primero en aplaudir. Pero ¿está eso sucediendo? Yo diría que no, todo lo contrario.

jueves, 10 de marzo de 2011

OVNIs. Una óptica ya sin fiebre

Hemos hablado sólo de la probabilidad de vida en el resto del cosmos, sea esta inteligente o no. Ante la falta de evidencias solamente nos queda especular con esas probabilidades y aceptar que es plausible la idea de más vida en el universo, pero que la respuesta más honesta sigue siendo “No sabemos!”.

Y ese es un tema que derramará tinta y pixeles en las décadas y siglos por venir. Un asunto que ha sido y es el motor de un nuevo idealismo, ese que busca responder a una de las cuestiones más fundamentales del ser humano, ese que ya ha sido abandonado por el financiamiento público y que crea ya sus propios héroes en el campo de la desesperanza y la infinita paciencia. ¿Hay alguien más ahí afuera?

Los nuevos oídos del Allen Array
37 años van desde que enviamos el Mensaje de Arecibo y comenzamos a “parar la oreja” para atrapar al vuelo un tren de información modulada perdido en el océano del ruido natural del espacio. Y tenemos el proyecto SETI, el Allen Telescope Array, la Cosmic Call de 1999, el Teen Age Message de 2001, la Cosmic Call 2 de 2003, el Message From Earth de 2008, pero aún no hay resultados. Pareciera que la Paradoja de Fermi nos grita directo a la cara: con la edad que tiene el universo ¿no deberíamos haber agarrado ya algo? Aunque fuese la más casual transmisión de una civilización lejana que ya desapareció.

Y no quedará más que seguir el tedio del esfuerzo de oír y no escuchar nada, porque podría ser que el momento en que dejemos de hacerlo, el anhelado tren de pulsos pase sin que nos demos cuenta.

Pero todo lo que se ha dicho y referido es muy distinto a responder a la pregunta ¿estamos siendo visitados? Esto es más fácil de responder, pero también es más expuesto a los clamores insoportados.

El fenómeno OVNI es uno de los referentes culturales de nuestra época. En el último siglo hemos corrido más allá las bambalinas de los misterios del cosmos, pero nuestra necesidad de trascendencia y significado sólo adoptó nuevos personajes ya más a tono con nuestro nuevo nivel de inocencia. Ahora los viajeros del espacio con propósitos variados le han ganado un poco (sólo un poco) el terreno a ángeles, demonios y dragones en el consciente colectivo.

Tan cultural es el fenómeno OVNI que los extraterrestres no siempre fueron humanoides de corta estatura, grandes ojos, gran cabeza sin cabello y piel gris (los grises). No siempre vinieron de las Pléyades (lindo nombre de origen) sino de sitios tan cercanos e inhóspitos como Venus, Marte o Ganímedes. No en todos lugares se les atribuye las mismas intenciones: mientras en America Latina ha predominado el estereotipo del extraterrestre iluminado y representante de una federación galáctica que trae un mensaje espiritual para salvar a la humanidad, en Norteamérica lo ha hecho el insensible experimentador genético que recurre a la abducción de seres humanos para realizar sus pruebas de laboratorio.

Después de miles de testimonios de encuentros cercanos de todo tipo, miles de fotos y videos, libros, películas, contactados, maestros intermediarios, abducciones, mensajes proféticos ya fallidos o por fallar, cultos religiosos de inspiración ufológica, aún sigue sin aparecer la más exigua pieza de evidencia.

Por desgracia para ambos lados del debate (proponentes y escépticos) la tecnología para editar fotos y videos (Photoshop, Vue 9, etc.) ha logrado desterrar estos medios del club de evidencias aceptables. Pero hay áreas que se mantienen firmes como oportunidades para que aparezcan “pruebas”. Aparte de lo que serían las evidencias más contundentes, como el aterrizaje de OVNIs en frente al propio Capitolio de los Estados Unidos, o la transmisión de un mensaje por todos los canales de televisión del mundo, también el presentar un pequeño instrumento, un elemento de circuitería, un pedazo de aleación o tejido biológico que no puedan de ningún modo tener origen terrestre, serían plenamente válidos.

El astrónomo Carl Sagan decía que a diario recibía cartas de personas que afirmaban estar canalizando mensajes de seres extraterrestres y que podían demostrarlo. Entonces le pedían a Sagan cualquier pregunta a ser transferida a los “maestros”. Este les pedía la prueba matemática del Teorema de Fermat (cuando no había sido realizada por seres humanos) o de la Conjetura de Goldbach. Y hasta ahí llegaba el intercambio misivo. Pero si en cambio preguntaba algo como ¿cuál es la misión de la humanidad? entonces recibía una colorida respuesta llena de guías espirituales y moralidad convencional en un modo vago, y que cualquiera podría componer.

Pero aparte de todo ello y siendo conscientes que la distancia a la civilización inteligente más cercana podría estar en el orden de las centenas o millares de años-luz, vale la pena hacerse la pregunta ¿qué tan factibles son los viajes interestelares?

Entonces hay que argumentar desde el lado escéptico:
  1. Que la Teoría Especial de la Relatividad establece como límite la velocidad luz. Nada puede viajar a mayores velocidades. Es más, lo único que puede alcanzar la velocidad de la luz son las partículas sin masa (fotones).
  2. Que aunque es materialmente posible para una masa aproximarse a la velocidad de la luz, ello requeriría de una astronave una cantidad de energía imposible de obtener y llevar consigo.
  3. Que aunque hasta para los seres humanos comienza a ser factible el realizar viajes a velocidades más bajas, el tiempo requerido para hacerlo asciende a los miles y hasta millones de años.
  4. Que carecen de todo sentido las pretendidas motivaciones conquistadoras de los extraterrestres:
  • Explotación de los recursos de nuestro planeta. Vienen a apoderarse de nuestros recursos pero se gastan 100 veces más en el viaje (pagan avión para ir a robarse un coco).
  • Experimentación genética. Tienen tremenda tecnología para cruzar el espacio ¿pero no la tienen para sintetizar DNA?
  • Entrega de un mensaje de espiritualidad y/o advertencia. Mensajes siempre susurrados a oídos de gurúes a los que se supone debemos creer. ¿Todo el viaje para eso? ¿Traen un mensaje importante y lo que hacen es esconderse? ¿El mensaje mismo es tan "especial" que no se diferencia de lo que la moral y ética convencional nos dice en todo lugar y momento?
Por supuesto que las cotrargumentaciones pueden venir por el lado de la famosa Mecánica Cuántica, en la cual apenas estamos comenzando a atisbar, pero que ya brindó a muchos maestros contactados un comodín rimbombante que sirve de explicación para cualquier acto de magia. Esta es la falacia lógica conocida como “Argumento ad Ignorantiam” que cualquiera puede usar para decir:
- Como no sabemos nada en ese campo, entonces mi clamor específico y sacado de la manga es completamente cierto.

lunes, 7 de marzo de 2011

¿Solos en el universo? No por falta de vecinos sino por la longitud de los caminos


Básica estructura de un amino ácido
Al parecer, para que la vida aparezca en un ambiente dado se necesita de cuatro elementos: carbono, hidrógeno, oxígeno y  nitrógeno. Estos son abundantes en todo el universo y dadas las adecuadas condiciones de temperatura y presión, se ensamblan para formar ciertas moléculas conocidas como amino ácidos, “los bloques básicos de la vida”, que a su vez componen los primeros organismos unicelulares replicantes que inician una larguísima secuencia de mutaciones y termina en cerebros preguntándose cuál es el sentido de la vida.

Esa génesis biológica debió encenderse en la Tierra hace aproximadamente 4 mil millones de años en un pequeño charco donde agua, sol, atmósfera, geotermia y electrostática coincidieron ¿Será posible que sólo en este pequeño planeta que habitamos el fenómeno se haya realizado? 

A fuerza de querer imaginar cuantas habitaciones más podrían estar ocupadas, el impulso es a mirar el tamaño del hotel. Lo que podemos “ver” del universo son 400 mil millones de galaxias (4x1011). En cada una de ellas hay aproximadamente (de nuevo el número) 400 mil millones de estrellas (4x1011). Esa es una tremenda cantidad de oportunidades para otro loteriazo como el verificado en la Tierra. Sólo piénsese que podríamos bautizar cada estrella de nuestra galaxia (La Vía Láctea) con el nombre de cada habitante de la tierra (que somos 7 mil millones) y todavía sobrarían 393 mil millones de estrellas.

Pero, detengamos un poco los caballos del entusiasmo ¿Cuántas civilizaciones habrá allá afuera de las que podamos algún día tener evidencia?
 Vamos por pasos.

Partamos del número total de estrellas en la Vía Láctea, y a ese número llamémosle Ns  (4x1011 como dijimos). Dejemos por fuera el resto de galaxias, la distancia a ellas no se cuenta en miles sino en millones de años-luz.  

¿Qué fracción de ese número total de estrellas en la galaxia tiene planetas en órbita? No todas los tienen. A ese número llamémosle fp .

¿De entre las que tienen planetas, cuántos de éstos en promedio se encuentran en la zona habitable? A esa zona habitable se ha dado en llamar “the Goldylock’s Zone” o zona de Ricitos de Oro, donde la temperatura es tal que el agua puede existir en estado líquido. A ese número llamémosle ne.

¿Qué fracción de esos planetas en la zona Goldylock, realmente logran ensamblar vida? Hablemos en esta etapa sólo de originarse vida en forma de eukarótidas, organismos unicelulares, bacterias u otro tipo de vida que podría no basarse en carbono sino tal vez en silicio (¿qué sabemos?). A esa fracción llamémosle fl.

¿De esos planetas que logran la vida, qué fracción logran evolucionar vida inteligente? Hay que decir que los mamíferos reinamos en la Tierra probablemente gracias a que un asteroide barrió con los saurios que dominaban hace 65 millones de años, dejando suficiente espacio para que unos homínidos desarrollaran bipedalismo en la sabana, quedaran libres de las manos y la inteligencia apareciera como una respuesta evolutiva natural. Aunque por 4 mil millones de años este planeta fue un hervidero de vida, ha sido sólo en el último par de millones de años que la vida inteligente se ha hecho presente. A esa fracción llamémosle fi.

¿De entre esos planetas con vida inteligente, qué fracción desarrolla tecnología suficiente para lanzar radioseñales al espacio? Recordemos que en todo ese par de millones de años que en este planeta ha habido seres inteligentes, ha sido sólo en el último siglo que hemos desarrollado esa capacidad radiotransmisora. A ese número llamémosle fc.

Finalmente ¿Cuál es la fracción de tiempo promedio durante el cual esas civilizaciones transmiten su señal al espacio? Esa es una pregunta con respuesta tal vez trágica. Hemos estado enviando señales al espacio, intencionales o no, desde hace sólo 70 años, durante los cuales también desarrollamos la capacidad de autodestrucción global y hemos estado a un paso de ello. Ahora mismo, si esta misma noche los arsenales nucleares caen en manos equivocadas (de cualquier lado), nuestra capacidad de enviar y recibir señales del espacio habrá sido sólo durante esos 70 años, una fracción pequeñísima del tiempo en que hemos habitado la Tierra. Llamémosle a ese número fL.  

Multiplicando todos los coeficientes mencionados arriba, obtendremos el número de civilizaciones extraterrestres en la Vía Lactea con las cuales nos podríamos comunicar. A ese número llamémosle N.

N = Ns x fp x ne x fl x fi x fc x fL

Esa es la famosa Ecuación de Drake, que fue propuesta en 1960 por el astrónomo Frank Drake y cuya validez es tanta como la controversia en la estimación de cada uno de sus factores.

La primera estimación hecha por Drake y sus colegas en 1961 especuló con las siguientes cifras: 
Ns= 4x1011, fp = 0.5, ne = 2, fl = 1, fi = 0.01, fc = 0.01, fL = 2.5x10-7.

Multiplicando la cadena de factores se obtiene N = 10.

10 planetas en toda la galaxia, incluyendo el nuestro, tendrían en este momento la capacidad tecnológica de comunicarse entre sí. Pero si consideramos que esos planetas están uniformemente distribuidos en toda la espiral de 100,000 años-luz de diámetro que es la Vía Láctea, entonces su distancia promedio sería como de 30,000 años-luz. ¡Ese sería el tiempo que le tomaría a nuestras señales en llegar a esos oídos! Y la respuesta también tardaría eso en llegarnos (cuando tal vez ya no haya nadie para recibirla).

La ecuación es altamente sensible a la variación en la estimación de los factores, por lo que el cálculo de N ha arrojado razonados y respetables valores entre 1 y 20,000. Es decir, como puede ser que estemos solos en la galaxia, puede también ser que haya 20,000 civilizaciones tan o más avanzadas que la nuestra. En este último y optimista caso, el promedio de distancia entre esos planetas sería de 1,500 años luz. A nuestra señal de televisión de “I Love Lucy” que ya lleva 60 años viajando, le faltarían 1,440 años para llegar a una estrella a esa distancia.

Tal vez no estamos solos. A lo mejor el universo rebalsa de vida. El problema es que las distancias son tan enormes que lo de “solos” es una relativa pero aplastante realidad.