Yo no moriría nunca por mis creencias porque puedo estar equivocado

- Bertrand Russell

sábado, 19 de febrero de 2011

Crónica de un Desencanto

“Extraterrestres, magia y hechicería, personas perdidas, mitos y monstruos, civilizaciones perdidas, fenómenos inexplicables. Esta serie presenta información basada parcialmente en teoría y conjetura…”

El sonido monofónico de nuestro televisor, recientemente a color, daba inicio a aquella cita semanal de media hora. Esa profunda voz de algún doblador mexicano con acento neutro, ponía a hablar en nuestro idioma al gran Leonard Nimoy quien aun sin sus orejas y cejas de vulcano, seguía siendo el señor Spock con todo y parquedad, flematismo y nerdez.

Para esa época setentera tardía no había yo llegado siquiera a los 15 años, pero ya había leído bastante sobre las pirámides de Egipto, extraterrestres, el triángulo de las Bermudas, Nostradamus, la Atlántida y cuanta cosa por el estilo caía en mis manos. Y ahí frente aquella pantalla parecía yo decir “vamos Leonard, dime algo nuevo en qué creer … dame más datos sobre los que ya tengo … dame las contundentes razones para seguir creyendo en lo que ya creo …”.

Por supuesto que yo tenía mi tema favorito: OVNIs. Aunque en realidad casi todo lo demás se le relacionaba de alguna manera. Así las pirámides en Egipto y Mesoamérica habían sido construidas por visitantes de otros mundos, el triángulo de las Bermudas era una puerta interdimensional que utilizaban, las figuras de Nazca eran sus pistas de aterrizaje, Sasquatch era uno de ellos que se quedó abandonado.

Por otra parte, por razones que discutiré en el siguiente post, aquello que conocemos como ‘religión’, nunca cuajó conmigo. Las historias religiosas siempre fueron rebasadas por un nivel básico de escepticismo que me las hacía intragables. Había que convertirse en un evasor de la lógica para creer que el primer hombre fue hecho de barro y su mujer de una de sus costillas. Pero en cambio mis libros y el señor Spock superaban la barra de mi credulidad. Y es que los extraterrestres no eran santurrones que aparecían en el aire aleteando y con cara de “yo no fui” como los ángeles; no, ellos lo hacían utilizando tecnología avanzadísima, si bien desconocida para nosotros, pero tecnología al fin. El triángulo de las Bermudas era explicado con fluctuaciones energéticas que se activaban de vez en cuando, no como la magia e ira omnipotente de un dios. Energía en lugar de milagros, viajeros del espacio en lugar de ángeles, ovnis en lugar de carros de fuego, colisión con cometas en lugar de segunda venida, mis creencias en lugar de las de mi abuela.

Y sin embargo, lógico cómo me sonaba, había algo que no terminaba de completarse en aquella cadena cognitiva. ¿Por qué el mundo entero no se daba por enterado de todas esas cosas? ¿Por qué no había un reconocimiento al mayor nivel de los gobiernos del mundo sobre estos fenómenos? ¿Por qué los extraterrestres le entregaban su valioso mensaje a un grupo de adolescentes peruanos en lugar de hacerlo directamente a Jimmy Carter y a Leonid Brezhnev? ¿Por qué esos extraterrestres no simplemente interferían todos los canales de radio y televisión del mundo para mandar directamente su importante mensaje a los seres humanos en su propia casa? ¿Por qué tardaba tanto en llegar el descubrimiento arqueológico de la Atlántida?

Y así devoraba cada libro esperando encontrar entre sus líneas las evidencias irrefutables a mis creencias. Sixto Paz, uno de mis héroes, anunciaba al inicio de uno de ellos, que había viajado a Ganímedes con algunos de los ancianos que rigen la galaxia y que más adelante en la lectura expondría los detalles. Resulta que hasta había decidido llevar cámara para producir por fin las pruebas que por todas partes le pedían ¡Vaya oportunidad de oro!
Pero también… vaya explicación … ¡la radiación veló el rollo! Sí ¡la radiación había velado el rollo! Una situación tan lastimosa como conveniente. Conveniente para seguir hablando de misiones galácticas y mensajes espirituales sin poner nada sobre la mesa. Y la última página de cada libro caía con más sabor a frustración que el anterior.

Y llegaron las fechas perentorias de los desastres advertidos por los sabios espaciales. Pasó el cometa Halley y el eje de la Tierra siguió estando en su puesto. De nuevo las explicaciones incómodas y malabarísticas. Mientras otro héroe, J.J. Benítez no sólo ponía verde a Dan Brown, sino también cometía el tremendo abuso mercadotécnico de vender una entera saga de ciencia ficción de varios tomos diciéndole al público que todo es cierto. Un viento constante soplaba en popa hacia el desencanto.

Y entonces no me queda más que confesar haber sido cliente de los vendedores de sueños. En mi descargo puedo sólo alegar que todo sucedió en una época previa al ciberespacio, en un tiempo y lugar de gran escasez de información, cuando entre los estantes de una pobre oferta bibliográfica con nombre esotérico, husmeaba por algo nuevo antes de comprar lo viejo. Nunca apareció nada proveniente de un Carl Sagan, un James Randi o un Richard Dawkins, cuyos puntos de vista contrastantes me habrían interesado (creo). El escepticismo y la razón tuvieron que sufrir un lento proceso natural de despertar.

Pensar que la estupenda y racionalista serie “Cosmos” nunca llegó hasta nosotros a pesar de ser más interesante y mejor hecha que su contemporánea “En Busca de…”. Pensar que en nuestro país vimos en TV a un individuo volteando las páginas de una guía telefónica con “el poder de su mente”, pero nunca vimos a James Randi exponiéndole ante cámaras su soplado truco.

Y así, se fue un siglo y vino otro en medio del estertor de mis últimos espejismos, cuando la desesperada pregunta apareció:  –¿y ahora en qué voy a creer?

Y el diálogo interno comenzó:  –¿por qué necesitas creer?

Y se hizo presente en el rojo de los semáforos.

– Bueno, porque eso le da sentido a mi vida, lo que incrementa mi bienestar y felicidad.

Y en las transiciones de vigilia a sueño.

– ¿Estarías entonces dispuesto a adoptar una creencia, aún cuando tengas serias dudas sobre su veracidad, con tal de darle sentido a tu vida?

– Este … bueno… en realidad … NO! No creo poder ser cínico conmigo mismo. Este nuevo nivel de escepticismo es como haber ya perdido la inocencia. No puedo ya creer en algo a menos que lo crea, y eso aunque suene redundante, no lo es.

– Entonces ¿cómo vas a distinguir “la verdad” de todo el resto?

Responder a esa pregunta con honestidad me llevó a entender por fin el concepto de CIENCIA.

1 comentario:

  1. Para mi no hay ninguna verdad absoluta. Y quizás en mi caso, puede que sea o no sea verdad lo que creo, pero es mi verdad y es lo que le da sentido a mi vida. Para los religiosos, su verdad es dios y todas esas cosas. Para los políticos su verdad son las ideas y la capacidad de convencer. Cada quien con su propia verdad le da sentido a su vida. Es por esto la libertad de pensamiento y respeto hacia estos, porque para lo que unos es escepticismo o realidad, para otros no lo es. Ahora bien, esto que tu dices puede ayudarme a darle sentido a mi verdad.

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